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lunes, 14 de febrero de 2011

A mi madre con amor.


 Por Bruno Ferrari.




 Querida madre: ¿alguna vez te he dicho cuánto te amo? ¿Alguna vez expresé mi amor por ti como un hijo humilde le expresa a la persona que la trajo al mundo? ¿Alguna vez te agradecí por haberme parido? Si fueras una mujer cualquiera y no mi madre, seguro que yo me casaría contigo (algún incesto mal intencionado por la persona que lea estas palabras) ¿por qué entonces escribo esto? En las siguientes líneas me desahogo, me confieso, me abro. Yo siento que te debo algunos fundamentos de por qué hice lo que hice, y por eso me he dedicado a escribir en este diario de manera continua durante cada tiempo libre de mi vida para expresar lo que siento por ti y lo que siento por el mundo (aunque más que nada es por ti). Y seguro que vos, querida madre, no llegarás a leerlo porque me he dedicado a escribir el día después de lo que hice contigo querida madre. Pero no me arrepiento, no, no. Si por algo lo hice es porque ya no podía seguir viviendo así, y en realidad no le busco una explicación coherente a todo lo que ocurrió, si no que ahora me dedico a vivir tranquilamente con mi esposa e hijos los cuales nada saben de todo esto. Debo contarte, querida madre, que uno de mis tres hijos, Rafael, me ha preguntado más de una vez, la verdadera historia entre tú y yo. Pero en mi sano juicio no le he contado más de la cuenta. Aunque algunas veces me he preguntado: ¿Estoy en mi sano juicio después de lo que hice? ¿Lo he estado en algún momento? Todas estas preguntas retóricas espero alguna vez contestarlas en mi absoluta madurez, que yo supongo que no me ha llegado.
Me has criado bien madre. Yo siento que lo has hecho bien. Creo que he sido un buen chico en mi infancia y adolescencia. Creo que todavía no me considero un adulto, pero he logrado adaptarme bien con la gente de nuestro barrio, con los hijos de tus amigas, e infinidades de personajes que existen en esta ciudad. Lugar y tiempo en este diario no se especificarán, porque no creo que sean necesarios en esta especie de auto-relato. Esto es para mí y nadie más, aunque el que lo encuentre seguro se sentirá atraído por sus palabras.

Si tengo que buscar algún hecho puntual para empezar mi manifiesto personal, sería en algún momento de mi infancia. No recuerdo fechas exactas, no quiero recordar. Las agendas no me gustan, y lo que yo anoto en mi diario me gusta que sea caótico, atemporal. Creo que debe ser porque alguna vez soñé en ser un escritor, o un poeta. O ser músico o actor, o algo que llame la atención en este mundo. ¿Te acordás querida madre de tus consejos?
Esa idea te encargaste querida madre de sepultarla bajo tierra. A la temprana edad de mi infancia, me explicaste bien lo difícil que es ser un escritor en estos tiempos. Yo no quería entender, pero nada que unas buenas bofetadas y patadas en el culo no puedan arreglar. Y al contarte que mi pasión era la ficción, vos me dijiste que la ficción es un género difícil de digerir. Que la gente prefiere leer crónicas, libros de auto-ayuda, cosas por el estilo, las cuales no he sabido valorar por entonces y no sé valorar ahora. Quizás en realidad no quiera hacerlo, pero no viene al caso. Lo que desvirtúa mi relato son todas las cosas que tengo guardadas. ¡Cómo me encanta escribir! No sé por qué no lo hice por ese entonces y haber seguido hasta ahora. En realidad, creo que sí se por qué, pero querida madre, repito, el amor que siento por vos, me hace olvidar pero a la vez recordar, todas estas cosas. El oficio de escritor es duro, yo lo sé, pero creo que había otras maneras de explicarme en su momento el por qué no convenía escribir ficción en el mundo que vivíamos por entonces y en el que vivimos ahora.
Cuando jugaba con los chicos del barrio y vos con tus amigas nos observaban, en algunos momentos simulaba jugar para escuchar lo que la gente grande habla cuando se reúne. Mi sorpresa fue enorme al saber que vos hablabas SIEMPRE de mí. De mis problemas, de las ganas que tenía de ser escritor, aunque era algo imposible de realizar porque (como le contabas a tus amigas) yo no leía mucho ni nunca demostré tener habilidad en la escritura. También les contabas que yo tenía el hábito de observar chicas desnudas. Eras una gran oradora madre, te he de conceder eso. Aunque yo de pequeño no me sentí muy afectado por esto.

Cuando crecí, y como todos sabemos la adolescencia es una etapa rebelde (aunque sea para mí lo fue), yo me dedicaba  a realizar prácticas de vandalismo por así decirlo. Muchas veces he ido a las comisarías y nunca me buscaste querida madre. Nunca me dijiste nada sobre estos hechos. Yo me enojaba contigo cuando vos hacías oídos sordos a mis quejas. Creo que nunca te preocupaste demasiado por mí como para sacarme de problemas. No fue una adolescencia problemática. Creo que yo buscaba mis propios problemas para llamar la atención. Pero lo hacía por tu atención querida madre, que durante mi adolescencia, por ser hijo único tuyo de una mujer a la cual la abandonó su marido y que nunca conocí (esa figura a la que todos llaman PADRE y yo no tuve la oportunidad de hacerlo). Pero eso no te recrimino, querida madre. Porque ése no es mi problema, y no creo que haya tenido la culpa mi nacimiento. No recuerdo que me hayas contado que él estuvo a tu lado durante el parto. Así que no puedo hablar de gente que no conozco.

Mientras fui creciendo, fui acumulando resentimiento hacia ti querida madre. Yo no me explico por qué. Nos llevábamos tan bien…Creo que durante un año entero no me hablaste. Y no recuerdo que hayamos compartido un almuerzo o una cena. Yo me sentaba en la mesa y vos te ibas. No quedaba ni el plato en la mesa, quedaba en la cocina para que yo lo lavase. Ahí te acordabas que yo seguía viviendo contigo. Yo seguía en el fondo con ganas de seguir siendo escritor. Pero al no recibir respuesta tuya, decidí olvidarlo por completo y dedicarme a alguna carrera universitaria que te gustaba a vos, como resultó ser una ingeniería en X especialidad (no quiero ser muy descriptivo sobre lo que decidí estudiar). Siempre fantaseabas con la idea de que iba a tener una muy buena salida laboral y que me iba a brindar mucho dinero. No te equivocabas, tenías razón. Aunque por diez años me dediqué a estudiar y no funcionó. No pasé ni el primer año. Creo que no era lo mío.
Yo te cuidé bastante en esa época querida madre. Te acompañaba adonde vos tenías ganas de ir, aunque ni me hablaras. Las salidas más interesantes que teníamos eran las que te ponías a hablar de mí con otras personas estando yo presente. Me encantaba cuando les decías a tus amigas cuánto te había decepcionado, cuánto te había defraudado, que había sido un accidente con un tipo (la figura del padre que nunca tuve), que las veces que tenías relaciones con otros hombres yo me quedaba en la puerta de tu cuarto observando y vos no querías “cortar el momento” y continuabas. Hasta al verdulero le contabas todo esto, claro que con él había confianza porque él fue uno de esos hombres. Creo que fue el único que me llegó a caer realmente mal. A los demás los trataba con indiferencia. Pero el verdulero fue la persona más hija de puta que conocí. Era la verdulería más cara de la ciudad, y eso que conseguía las frutas y verduras en el mismo lugar que las demás. Supongo que él pensaba en una catástrofe económica como ya ocurrió varias veces en este país (lugar y tiempo no se van a determinar aquí) y por eso aumentaba los precios. Pero hasta en un equilibrio económico él siguió aumentando. Basta de hablar de él que me descompongo. Prefiero hablar de ti, querida madre, que tanto te amo y te estimo y te extraño.

Fue una tortura china cuando te presenté a Ernestina, la única novia que tuve y con la cual tuve mi primera vez. Nunca te vi tan contenta en toda tu puta vida. Mierda que se llevaban bien. Horas y horas hablando de todo, pero especialmente de mí. Hasta yo algunas veces me reía de mí mismo con ustedes y me trataban de loco. Y la verdad que me ponía bastante neurótico todo eso. Ella me recuerda mucho a ti querida madre. Qué chico es el mundo al haberme enamorado de una mujer que se parece tanto a ti. Con ella de novia y de actual esposa es algo raro tenerla aquí en tu casa querida madre. Casa que está a tu nombre pero la que yo me encargué de mantener gracias al trabajo que conseguí a la noche en la estación de servicios a la entrada de la ciudad, a 50 cuadras de aquí. Pero no importa queridísima madre, yo te amo a ti tanto como amo a Ernestina. No creo que te hayan surgido celos por entonces pero lo aclaro para ser más claro. Más claro en mis ideas y más claro para mis acciones futuras.
Parece una ironía pero no lo es. Uno se tendría que poner a imaginar la ira que en mí se formaba cuando Ernestina y vos, querida madre, se juntaban a hablar mal de un chico “tan dócil y fácil de manejar” como ustedes me describían. Por bastante tiempo supe controlar mi enojo. No así mis impulsos.

Creo que llegaste hasta ponerte un poco contenta cuando nació Rafael, nuestro hijo mayor. Creo haber visto un gesto en tu cara parecido a lo que llaman sonrisa. No la veía hace mucho en tu cara. La última vez creo que fue cuando el verdulero vino a casa.
Cuando Rafael tenía 10 años, tuvimos otro hijo llamado Martín, y 2 años después, a Micaela. Terminamos siendo una familia muy numerosa. Incluyéndote a ti querida madre. Cómo se divertían los chicos contigo. Cuando con Ernestina nos íbamos a cenar afuera los dos solos, ellos nos rogaban venir con nosotros. Creo que vos jugabas con ellos a llevarse mal. Jugabas a tratarlos igual que a mí.

Un día tuve la revelación. La visión. El Big Bang. La SOLUCIÓN por así llamarla. Lo vi cuando te animaste a pegarle una bofetada a Rafael a la edad de 15 años por romper un plato oriental que tu, querida madre, tenías guardado con especial afecto. Una vez te pregunté cuánto valía ese plato y me respondiste “más que tu sueldo por 1 año en la estación de servicios, mocoso insolente”. Pero no soporté la idea que mis hijos vivan el mismo infierno que yo viví contigo, amada madre. Sentí lástima por Rafael, que era el que más se interesaba por ti. Quería conocerte por dentro, aunque yo dijera pestes de ti y Ernestina te defendiera. La verdad es de admirar el pendejo insolente que no me hacía caso. Creo que nunca me quiso demasiado. No se por qué. Pero por lo menos me decía papá, y eso me emocionaba mucho. Tanto como defenderlo a él y castigarte a ti. Y se me ocurrió hacer lo que hice por una causa justa. Aunque pasó mucho tiempo antes que lo haga, mientras acumulaba resentimiento hacia ti, querida madre, porque seguías maltratando al pobre de Rafael sin merecerlo.
Los días pasaban y yo sólo me imaginaba el día ideal para realizarlo. Creo que me sentía ansioso. Un día, me entero que Ernestina se iba a pasar el día junto a sus amigas. Le propuse a ella que le comente a las amigas que lleven a todos los hijos de cada una, así ellos también pudieran disfrutar de un día tan soleado como iba a ser ese fin de semana. Yo, por supuesto, me quedaría en casa para cuidar a mi madre.
Mi propuesta fue bien recibida por todos. Así que era un bonito día de un fin de semana cualquiera, en el que, seamos directos, iba a matar a mi madre.
 “Este es el día”, pensé. “Hoy mi revelación se va a realizar”, me dije hacia mis adentros.
Ahora que me leo, suena bastante oscuro todo, pero es lo que consideré hacer en su momento. ¿Vos querida madre qué hubieras hecho? Por ahora no respondas, tú solo espera sentada en el cuarto de la casa donde duermes a que te lleve la comida del día, un plato de una buena sopa con zanahoria, pollo, queso, algunas otras verduras de menos importancia y veneno para ratas diluido como ingrediente principal. Yo te lo preparé con mucho cariño. No seas mala, acepta que te ayude con la primera cucharada. Ahí viene el avioncito. Yo sé que no te gusta, pero la tienes que comer para bien o para mal. Ya estás viejita, es lo único que te alimenta. O mejor dicho, lo único que te gusta que te haga de comer. Es lo único en el mundo por lo que no peleamos, con lo que nos llevamos bien. Un simple plato de sopa. ¡Oh mamá! ¡Qué he hecho! He condenado tu vida. He apagado tu existencia. Te amo mamá. Perdóname por esto. Te juro que no quise hacerlo. Pensé que era lo correcto. Me arrepiento totalmente. Esperaré afuera del cuarto si no te molesta mamá, tienes mucha tos. Creo que necesitas unos minutos a solas.
Al final de todo, fueron más de 30 minutos a solas. Entré de nuevo al cuarto por el sólo hecho de saber cómo terminó todo. Mi amada madre, tirada en el suelo, boca abajo, un rastro de un vómito de color claro y muy rojo. Estoy rodeado de un completo silencio y de culpa. Nunca me sentí tan solo en mi vida. Me dediqué a limpiar un poco el lugar, es decir, a borrar cualquier rastro que fura sospechoso. Soy consciente de mi crimen, pero no creo que deba ser encerrado por ello. Yo lo considero como una ayuda hacia un pariente. Así está bien. Pensarlo de esta manera, harán que las heridas sanen rápido. Coloqué a mi madre en la cama de nuevo como si estuviera durmiendo. Te veías hermosa mamá, te hubieras visto. Nunca irradiaste tanta luz en tu vida. El silencio te favorece mucho en tu sensualidad. Es hora de esperar que vuelva mi familia. Espero que esto no sea mucha sorpresa para ellos. Sería horrible verlos sufrir.

Más tarde ese día, mi amada esposa y mis hijos vuelven de un día de camping. Rafael va a avisarle a su abuela que le trajo un collar como regalo. Para su sorpresa, su abuela no reacciona. Me avisa a mí, a lo cual yo me hago el sorprendido, porque, durante todo ese tiempo, estuve mirando la televisión. Pobre Rafael, justo él la tuvo que ver así.
Llamamos a la ambulancia. Nos enteramos que murió esa tarde, intoxicada. Me resultó raro que no viniera ningún miembro de la policía a hacer algunas preguntas. Supongo que en esta ciudad, la muerte de una viejecita no le importa a nadie. Mi actitud a Rafael le resultó sospechosa al no abrir una investigación, ya que amaba tanto a mi madre. Además que notó (hubiera sido buen policía Rafael) que no derramé ninguna lágrima por ella. Como sí lo hizo Ernestina que, para mi gusto, exageró un poco. Debería empezar ya mismo clases de actuación.
Al funeral no asisten muchas personas. Éramos mi familia y un hombre desconocido, que luego me enteraría que tuvo un romance hace mucho tiempo con mi madre. Qué raro que no había rastro del verdulero ni otro algún amorío de mi madre. Supongo que era mala en la cama. Me imaginé que ése hombre era mi padre, pero no se lo comenté para no alarmarlo.  De nuevo, en velorio ni en el entierro, nada de lágrimas de mi parte, lo que Rafael me hace notar nuevamente. La verdad que hubiera sido un buen policía, un de esos que te rompe las pelotas hasta dejarte desnudo y hacer lo que quiera con vos. Es buen chico. En serio. Nada que ver al maricón de su padre. Supongo que hice una calamidad, pero ya nada me preocupa. Sin mi madre ya no me preocupaba más nada. Sólo la extrañaba. Y mucho.

Han pasado varios años después de la muerte de mi madre y he logrado, a mi criterio, poder vivir como se merece una persona como yo. Pero mi familia me ha hecho notar actitudes de las que algunas no tengo memoria y de otras que no me parecen estar dentro de lo que muchos suelen llamar como locuras.
Por ejemplo, que me levanto en medio de la noche gritando el nombre de mi madre, llamándola donde quiera que esté, que la extraño, que vuelva. De eso no tengo recuerdo. Ahora solo intento borrar cualquier recuerdo de mi madre con alcohol o algunas drogas. Según Ernestina, es mi deseo de auto destrucción que tengo porque me culpo la muerte de mi madre. Yo solo lo sigo haciendo y no busco explicaciones.
Sorpresivamente, en este lapso, me acompaña Rafael en todo momento. Se encarga de cuidarme, de darme de comer, de ayudarme. Confío más en él que en mi esposa Ernestina. Rafael me aconseja dormir en el viejo cuarto de mamá, así no perjudico a la familia, y además, puedo luchar contra viejas heridas. Es hora de suponer que Rafael fue adoptado. No merece vivir en esta pocilga. Rafael, si te querés ir a conocer Burkina Faso, yo te pago el pasaje de ida y no sé si me alcanzará para el de vuelta, pero ve y no vuelvas a este pozo séptico.

Llevo más de medio año viviendo en el cuarto de mi madre. Tengo este cuaderno donde estoy anotando todo esto que me sirve para desahogarme, y la verdad, me siento más cómo que durmiendo con Ernestina. Sigo peleando con mis demonios internos, tratando de dejar atrás la droga y el alcohol. Rafael es mi fiel compañero. Está presente aún cuando deliro por la abstinencia y digo disparates. Hablo mucho con Rafael en esos estados según él. Yo no tengo recuerdos frescos, pero como dije al comienzo de este diario, ya no me considero una persona con sano juicio.

Hoy es la hora del almuerzo, y Rafael me visita al cuarto. Me anuncia que la familia se fue a pasear al centro de la ciudad y que él decidió quedarse conmigo para cuidarme.  Para comer, me dice, hay sopa, con la cual tendré que conformarme. Le dije que sí. Termino de comer en menos de 5 minutos.

Me siento mal y Rafael no responde a mis llamados, aunque ya creo saber por qué. Después de tanto tiempo y en estas condiciones me animo a tomar sopa. ¡Qué idiota he sido! Se ve que al reprimir un recuerdo por completo me olvidé de los hechos mismos. De tantas cosas me olvido, y me olvido el modus operando que utilicé con mi madre. ¡Mi Dios qué idiota he sido!
Bien hecho Rafael, hoy por fin puedo anunciar que te emancipaste de tus padres. Tu inteligencia nos superó a todos. Escribo estas líneas con lo último que me queda de vida. Confieso en este diario que maté a mi madre intoxicándola con veneno para ratas. No merezco un funeral justo. Solo tirenme a un pozo, a un costado de esta ciudad, en una zanja, donde se deja la basura. Que me coman los perros. No merezco un más allá justo. Mi pasaje es directo al infierno, y si no hay, no pagaré la entrada al cielo y me quedaré navegando en el limbo. Con las últimas fuerzas escribo que Rafael es un genio en potencia. Y que se cuide de sus hijos y de cualquier mal que exista en el mundo.
¡Oh madre! Cuánto te extrañé. Voy a tu encuentro. Veo una luz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mmm...sopa