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martes, 1 de febrero de 2011

Mi Camino.

Por Juan Carlos Carroña.


 
 Las horas pesaban mas que las obligaciones cuando el llavero amurado en la pared comenzó a transformarse en un reloj extraño donde las agujas en forma de gancho marcaban mis años sobre números en forma de llave, (tic-tac-tic-tac) marchando las horas y minutos como recuerdos de un tiempo enlazado por las espirales de hogares pasados.

  Las horas me encerraban, me agobiaban... Me penetraba el crujir de la radio sin estación, la fritanga de los sin señal, el "silencio" no tan quieto para mis oídos de humano que no interpretan sus latidos. La radio estaba viva, consumiendo las baterías en silencio (Ghrg hrGhr grrrt...), pensando, igual que yo, sin destino, sin estación...
 Entonces desconecté el cable de la señal del televisor, quería estar en el silencio que solo el ruido puede encontrar (Nota: Adoro al pogo, pero solo para estar ahí, quieto, en medio del caos.), de a poco comencé a ver los patrones de la pantalla, las hormiguitas de algunos, la lluvia de otros... Para mi son estrellas esas partículas que chocan contra la pantalla como puntitos que se prenden y apagan bailoteando sin ritmo, digo que son estrellas porque cuando miro al cielo, de día o de noche, cuando cierro los ojos y cada vez que los abro las veo, apareciendo, revelándose sin nunca entregarse y bailoteando frente a mis ojos; deberías verlo: Cerrá los ojos, mirá la oscuridad, las ves?, claro que las ves, quizás son mas tenues que las del cielo, pero es imposible ver nada, la nada no existe, cada vez que observamos la inmensidad por entre las nubes aparece una de estas señoritas que nos tapa el infinito bailando detrás del decorado, no obstante si observas con atención ahí, en el horizonte, donde se dobla el telón y empezas vos, ahí si, ahí si puede ser que se mezclen las músicas...
lluvia de estrellas


 Sin salirme del estadío me deslicé por debajo de la puerta de casa, casa que ya era parte del camino, un camino sin dirección pero con el sentido puro de la palabra Animado, animado a desaparecer en un intento por escapar-me de mi y de mis pasos...

 Los mismo pasos que me depositaron en la esquina de la cafetería del bulevar donde recuerdo vive un gorrión que vuela hacia atrás al igual que el picaflor, paseando de las luces al cartel sobre un rayo de arco iris rojo que le sirve de pasarela, a veces levitando con gracia su cuerpecito marrón en medio de esta llovizna que me avisa que estoy afuera...
 Los vidrios de a poco se hacen líquidos y se escurren hasta el borde de la calle y el viento velozmente se abraza a la lluvia y planean juntos un aterrizaje forzoso sobre mi cara descubierta...
 Descubro una cueva urbana, una caverna donde refugiarme por un momento ideal para fumar un cigarro mientras llueve, este abrigo rocoso también tiene sus pinturas y sus historias, sin embargo éstas no van a resistir el pasar de los siglos como las prehistóricas rupestres; siento que nuestra época no hará eco en ningún lado, que tendría que caer caca del cielo para que nos recuerden con un mínimo de respeto como a los dinosaurios...

 Mientras imagino garras y pieles de cocodrilos gigantes me cuelgo mirando el reflejo anaranjado de la punta de mi cigarrillo en la burbuja de un charco de la vereda y la idea de que no va a parar de llover me impacta como la primera vez que vi gente soldando abajo del agua, cómo es posible... Hacer fuego abajo del agua ¿?.
lluvia de burbujas
 En eso llega una pareja de adolescentes, ni me miran, mi presencia está a la altura de los escalones sobre los que se sientan (acostumbrados a que los pisen, sin mirar; estimulados por tropiezo)... Los chicos comienzan a besarse extrañamente, tienen olor a chizito, parece que nunca estuvieron bajo la lluvia, que podrían morir contentos una vez que pare...( Nota: La vergüenza es una enfermedad que en ciertas circunstancias se puede contagiar sin estar enfermo, tiene un nombre específico para este caso pandémico, se llama vergüenza ajena...)

 Siento el peso de los años y de las rocas sobre mis espaldas, acaban de derrumbar mi caverna... También me siento solo, un poco inútil, impotente quizás trivial, con ganas de compartir mi estupidez con alguien que en realidad no existe, es difícil explicarlo pero sinceramente "me siento como la pared que cubre la puerta de los baños públicos", siendo por la consecuencia de otro ser…

 Entonces me salgo con el sol que eleva mi ciudad unos metros y me mete la humedad en los poros mientras barre y espolvorea el hedor de las calles mojadas. Los edificios bañaditos me miran arrastrándome entre sus patas y todavía me mean algunas gotitas mientras vuelvo contorneando las siluetas de los 2 charcos del rectorado que siempre aparecen sobre esas baldosas de inconfundible color a gastado por tantos pasos desprevenidos…

2 comentarios:

Flora dijo...

la irremediable consiencia del ser individual. muy bonito!

Joao dijo...

Muchas gracias Floripa..