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martes, 18 de enero de 2011

Subordinado al ruido monstruoso del mundo.

Por Gelatina Mexicana.


Yo no puedo contar historias, cuando escribo es sólo porque no puedo hacer nada más, porque es inevitable, no importa que tenga que hacer cosas “más importantes”, es escribir o entrar en crisis. ¿Cómo es posible? ¿Cómo?!!  Los verdaderos enfermos reinan y los que estamos aún medianamente cuerdos y somos medianamente conscientes de alguna cosa somos llamados raros, a veces locos; y peor, aquellos brillantes con un potencial esperanzador son convencidos de su peligrosa locura y “voluntariamente” medicados, o sino encerrados a la fuerza, o torturados hasta…en fin, aniquilados.  Lo que sea necesario para hacernos y hacerles “entender” que los que estamos mal somos todos estos, todos aquellos, todos nosotros. Y cómo es posible que esto mismo pudo ser afirmado hace tanto tiempo y siga vigente. Todo se transforma bellamente de formas y tonos, de intensidades y frecuencias, de cantidades y caras, pero nada cambia de verdad, -otro comentario que permanece. ¿Qué importancia tienen los signos de puntuación o los acentos si no logramos dialogar? ¿Qué llanto infinito ha permanecido subordinado ante el ruido monstruoso del mundo y pasado desapercibido ante nuestros ojos que sólo saben llorar tibiamente, débilmente, efímeramente, unos minutos? No hacen falta ejemplos, todo es excesivo, demasiada basura de todo tipo y profundo sabor a quietud represiva y a mugre, y a hambre. Me consume la impaciencia pero actúo con toda la calma que la “prudencia” exige, cárceles interiores, jaulas invisibles que nos impiden vivir. El lenguaje nunca va a la velocidad de la mente o los sentimientos, las palabras se tropiezan, chocan y no aparecen cuando se requieren o surgen las equivocadas en lugar de aquellas esperadas. Hay algo o alguien -si pudiera llamarse alguien, dentro de mi que sabe más que yo, que va más rápido que yo, que es impredecible y ajeno, es eso o esa quien puede salvarme o matarme porque tiene mi vida en sus manos (aunque no completamente). A veces es capaz de sustituirme, por segundos o minutos, de ser yo en mi lugar, de hacerme a un lado y apropiarse de mí por completo. En parte me agrada porque no siempre comete errores y a veces reacciona mejor de lo que yo jamás podría, pero también le temo a su posible imprudencia, temo que el azar inoportuno de su presencia me domine en el momento menos adecuado y pueda desmoronar mi vida con la desagradable ligereza de quien no es consciente de lo que sucede a su alrededor, o de quien es ingenuamente cruel y miserable sin darse cuenta. Me tallo los ojos que arden por la luz artificial y la contaminación del aire. El cuerpo siempre está presente. Fronteras imaginarias e impuestas por las que no podemos pensar, no dejan fluir el universo que tenemos adentro y afuera porque no existe adentro y afuera -no me canso de decirlo. Límites de mierda, ¿Cuándo seremos capaces de ver la ausencia de fronteras, muros, separaciones? Conceptos caducos que nos ciegan convenientemente, que nos mantienen mirando fantasías enfermizas, peligros inexistentes. Todo es tan absurdo y verdaderamente enfermo que contagia; defensas constantes, sistema inmunológico mental, hecho con frases e ideas, vitaminas para no ceder, energéticos para resistir las avalanchas corrosivas de invisibles gotas de terror y destrucción que nos penetran y consumen por dentro. Como los cuerpos que ahora deshacen en barriles de ácido, tal cual. ¿Y los rincones? Sólo quedan refugios transitorios y momentáneos a los cuales huir, nomádicamente, y los mejores son aquellos desconocidos incluso para nosotros mismos, sólo así su paradero ausente puede permanecer a salvo y probablemente sólo ahí podremos dejar de seguir esperando. Esa espera inmortal que nos persigue en los sueños. No más, por favor no más!! No más! –grito dormida- y los gritos me despiertan, quizás. Y no hay más hasta que abro los ojos llenos de sangre.

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