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martes, 7 de febrero de 2012

Juguemos a que no nos queremos

Por J.C.C.



 Manguereamos el deseo a falta de calcio en la espina dorsal. Patinamos con la circunstancia y caímos por un tobogán de chapa hirviendo. Rodamos, tontos, sobre las hormiguitas con piernas en punta de pie intentando no levantar el pasto pisado por los perros del pasado.

 Sacamos a pasear los recuerdos pero sin tomarlos de la mano.
 Educados, esperaron en la esquina para cruzar al parque del entusiasmo.
 Aventurados, acariciamos despacito por detrás la espalda del olvido.
 Temblamos automáticos y atendimos la consecuencia.
 Confundimos sudor con lágrima, desenlace con secuela, odio con amor (o cási), sonrisa con cómplice, saliva con el I.V.A., cortina con la noche, pelos con cara con pechos con tacos con piso con huesos con la comida y el agua del gato.
 Entendemos.
 No lo decimos.
 Sobrevolamos.
 Seguimos, nos pasamos y no volvemos.
 Nos queremos, está claro.
 Nos odiamos, parte del pasado.
 Olvidamos, solo por un rato.
 Los sabores se caen, en consistencia y velocidad; Como un matecocido con leche que se deja enfriar al descuido de la mesa. Se espesa, se pega, se cubre con un manto frío que lo tapa todo (la gordura según mi madre). Nos envuelve, nos separa. Nos apuñala la cuchara con botines de charol lácteo que hace pie en el fondo de la taza. Se adhiere a nuestros labios y nos avergüenza.
 Nos calla.
 Nos incomoda.
 Nos odia.
 Nos odiamos.
 Nos vamos.
...
Hasta siempre y nunca mas.