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lunes, 7 de junio de 2010

10 MINUTOS ENCONTRADOS EN UNA BOTELLA FRENTE A LA VENTANA DEL NARANJO.

Por "El Satánico Marcos Vega".
 

2:25 hs. de un jueves 3 de junio.

Todos los trabajadores van y vienen con sus martillos y sus palas,
Están construyendo un puente entre dos veredas de esta altura.
¿Qué es lo que piensa ese joven cuado me ve debajo del joven naranjo?

¿A quien espera apoyado en la verde columna?
¿Mi amor pensara en mí como un caracol que siempre se adorna?

La mujer de tacos molesta de nuevo apagando la luz de los pasillos.
Se me acaba el tiempo.
Me reí una vez por no saber a donde ir.
Pregunté en la ventana del naranjo donde estaría.
Y hoy que lo tengo, no esta conmigo.
Los trabajadores siguen sin cesar con sus martillos y sus palas.


2:35 hs de un jueves 3 de junio.

EL VIEJO DEL COLECTIVO

-Tome señor un chupetín.
- No gracia, pero tome mi dinero.
- Déle, tome, tome, se lo dejo, es mi trabajo.
- No, déjelo.

-         Tome señora un chupetín.
-         No gracias. (ella da unas monedas)
-         Por favor, se lo pido, tómelo.
-         No…no.

-   Señorita, sírvase…

-   No, no, tome …

-¡Gracias señores pasajeros, y disculpen las molestias!

 Todos con sus caras, a la altura de las ventanillas.



EL QUE ESTA CON UNA FUERTE TRISTEZA

Se tapa,
Tiembla un poco,
Sueña con un piececito.
Escucha el despertador,
Abre los ojos,
Estira la mano,
Lo apaga.
Le corre un escalofrío,
A sus pies y el esqueleto de su cama.
Sueña con miles de piececitos.
Tiembla otro poco.
Se vuelve a levantar,
Toca su panza,
Abre las cortinas de la ventana,
Baja al baño,
Cierra la puerta del baño.
Y empieza a cantar,
La casa esta vacía.


 Y NOSOTROS DOS, SOLO  NOSOTROS. ( a La señorita Melania Stehli )

Se tapa,
Mueve sus piecitos buscando calentarlos.
Ella los acerca.
Escucha el despertador.
Aprieta los ojos,
Ella lo apaga.
Le corre un escalofrío,
Una mano lo acaricia,
Sueña con mieles de caricias.
No se levanta,
Tuerce su cuerpo,
Tiembla otro poco.
Ella toca su panza.
Cierra las cortinas de la ventana.
Baja hasta su vientre, y
Empiezan a besarse.
La casa.
Las sillas.
El ropero.
Las ventanas.
El televisor.
La plaza de enfrente.
Los transeúntes.
Los autos.
Los perros, los árboles, los juegos, las vaquitas, los yermos, los paramos, los bosques, las montañas, los días de sol, las nubes pasajeras y las no,
Los satélites, al oeste, al sur, al este, al  norte, lo cerca, lo lejos, lo visible, lo no visible, Todo...Todo…Todo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Henri Michaux: (1899- 19…)

Una propuesta diferente.

Por Marcos Vega.

Existencial, Poeta solitario de nobles y novedosas palabras, de prosa intrincada pero original en su tiempo, indagador de mundos subterráneos, donde solo con el poder de la poesía se puede llegar, sin ser lastimado en el intento. Este, al igual que los surrealistas, pero sin estar alineado entre sus filas, develo, sueños tormentosos, imágenes aterradoras, el inconsciente en su forma abstracta, Pudo también de igual manera llevar a la poesía a un estado de alucinación, de viaje permanente a la oscuridad, y dar con sus palabras la luz necesaria para trazar nuevas líneas. “La escritura automática” método utilizado por el grupo de bretón y compañía, no fue un recurso “retorico” utilizado por Michaux, pero por momentos, se hace evidente esta fórmula experimental, siempre tratada con gran maestría y delicadeza. He aquí el relato de nuestro personaje, adicto publico al hachís, invocando su “Canto de muerte”, para deleitarnos con la visión de un hombre a punto de morir.

“Canto de muerte”:

La fortuna de grandes alas, la fortuna me había llevado por equivocación con los otros hacia su país alegre, cuando de pronto, pero de pronto, cuando por fin yo respiraba feliz, unos diminutos e infinitos petardos en la atmosfera me dinamitaron y luego unos cuchillos que surgían de todas partes me cocieron a puntazos, de modo que volví a caer en el suelo duro de mi patria, ahora para siempre mía.
La fortuna de alas de paja, la fortuna me había elevado por un instante por encima de las angustias y los gemidos, cuando un grupo en número de mil, escondido al reparo de mi distracción en la polvareda de una alta montaña, un grupo nos echó encima como un bólido, y yo volví a caer en el suelo duro de mi pasado, pasado ahora para siempre presente.
La fortuna una vez más, la fortuna de paños frescos me había hospedado con dulzura, y cuando yo sonreía a todos los que rodeaban, distribuyendo todo lo que poseía, de pronto, asido por algo desconocido que vino por debajo y por detrás, de pronto, como una polea que se desengancha, me sacudí, fue un salto inmenso, y volví a caer en el suelo duro de mi destino, destino ahora para siempre el mío.
La fortuna una vez más, la fortuna de lengua de aceite, había lavado mis heridas, la fortuna como un cabello que uno toma y que trenzaría con los suyos, me había tomado y unido indisolublemente a ella cuando de pronto, cuando ya me bañaba en alegría, de pronto la muerte vino y me dijo: “es tiempo ya... Ven” la muerte, ahora la muerte para siempre jamás…

jueves, 8 de octubre de 2009

El Guardian de las Puertas

Hoy jueves ocho de octubre clavamos un archivo de word del satanico marcos vega.

helo aqui:

Capitulo 1
Su cuerpo se tumbó otra vez sobre el sillón, crujió, lanzo un suspiro.
La tarde asomada a la puerta del pasillo, convertía en éter el aire, dulce, dos veces irrespirable.
Quien iba a creer que todo eso tenía algún motivo. Si tantas veces su cuerpo inmóvil, observaba desde el silencio. Un niño se sentaba delante de él en forma de chinito, sin decir una palabra, justo cuando el viento atravesaba el reloj a mitad del pasillo, y no se detenía, el tiempo tampoco. El hombre nunca hablaba con nadie, ni siquiera con su esposa, a la que amaba, no tanto como a las puertas, pero mucho.
Al pie de un precipicio una mujer 72 años antes daba a luz a un niño, su esposo retaba a duelo a un joven. El niño sietemesino, grito tan fuerte al nacer que 12 aves volaron al mismo tiempo. Su nombre fue Gabriel y su padre brindo 12 noches seguidas, en su honor.
En Rusia la revolución arrojaba a los hijos de nobles al mar, así fue como la familia con su primogénito escapo a América. En buenos aires los recibieron unos amigos erradicados por esfuerzo en el interior del país. El gobierno de Santa Fe había entregado tierras a la familia Beltrán, unos 30 años antes y ellos ávidos emprendedores, fundaron un pueblo llamado cayastá.
Gabriel rápidamente y casi sin demora, comenzó a trabajar la tierra, a la par de sus padres y amigos, sus risos dorados, hacían de él un joven diferente a los demás pero de igual condiciones. Su espíritu fundado en la fantasía lo había hecho soñar con algo lejano pero alcanzable, su casa hecha de tapiá no hizo de él un hombre triste, sino todo lo contrario, un hombre fuerte y cargado de esperanzas.
Debajo de un ombú, a la siesta de algún verano, su padre Igor, relato una historia al niño.
“En un lejano reino hace ciento de años todos los domingos por la tarde, inmensas puertas, cubiertas por las artes folklóricas más sublimes que un alma pueda concebir, se abrían. Todo aquel que llevara un sombrero, sea el color que sea y tenga la forma que tenga, podía entrar al interior del palacio Y disfrutar de una hermosa velada. Pero existía un hombre que todo los domingos le tocaba cuidar las puertas, y él lo hacía con el más dedicado de los cuidados, su deber era cuidar que ninguna de las puertas se golpeara, ya que el mínimo golpe podía destruir a estas. El hombre amaba tanto su trabajo que prefirió abandonar su vida y dedicarse de tiempo completo al cuidado de estas. Un día este murió, con su rostro a los pies, y nadie recordaba su nombre, ni conocía su vida, puesto que no la tenía, así, que fue envuelto en una manta y arrojado a las profundidades del mar a media noche, de un mismo día. Cuentan, que nadie sabía nada de él, porque habitaba en los cielos, entre los ángeles y él, era uno”.
Gabriel abrazo a su padre y salió corriendo en dirección al rio, lloró durante horas junto a la flor de un pasajero camalote, y cuando regresó hablo con su padre, y pidió, con terrible desenfreno, que lo dejara conocer la gran ciudad, prometió, y aquí sí su padre se culpó, impedir que las puertas se cerraran. Y que cumpliría, De lo contrario moriría en el mismo instante.
Capitulo 2
La puerta se abrió a las siete de la mañana, y unos instantes después, una hermosa joven atravesó el corredor, debajo de un enorme sombrero rojo, El sol ilumino sus manos, ella sonrió al joven, Gabriel que llevaba muchos años de profesión, nunca había visto una joven como ella. Él ya no hablaba con nadie, poco a poco se había convertido en un hombre sereno y callado, pero esa vez fue diferente. En ese instante Sintió que desde el suelo, las hojas, que cubrían el árbol otoñal, se despegaban y flotaban muy suaves en el aire, ella se detuvo un segundo frente a él, levanto su rostro, lo observo y continúo en silencio.
Todo se dio naturalmente, meses después, Gabriel se había convertido en un ser afortunado, padre y un dichoso esposo.
El tiempo borro de su rostro la sonrisa, la brisa, pudo él callar las palabras de un hombre feliz. Y así fue como Gabriel terminaba en silencio sus días, observando obsesivamente las puertas, que algún extraño atravesaba sin siquiera saber quien estaba sentado del otro lado, vigilando. Santa fe se convertía en una ciudad y todo cambiaba, ya no hacían falta las personas que cuidaban puertas y él ya casi sin fuerzas para sostenerlas en tardes tempestuosas, quedaba en la calle, sentado, solo y sin aliento, al margen de una plaza, en una tarde soleada, en algún día de la semana. Su esposa lo abrazo y él encorvado, caminó junto a ella durante extensas cuadras.
De ahí en más todo fue en decadencia, pálido, triste, sin perfumes de colores. El niño esa tarde se había demorado. Después de sentarse, Gabriel se pregunto con mucha preocupación dónde estaría el pequeño. Con su mano izquierda apretó sus ojos y creyó que ya era momento para contar la historia, el cansancio lo había envuelto, y sin vacilar se levanto del sillón, y fue en busca de su pequeño hijo. Él, en 72 años, nunca había abandonado una puerta abierta, y el sol siempre atravesaba el día, y el día era para todos. Su cuerpo se despego del sillón, que en su propia casa lo recibía cada mañana, y camino unos pasos en dirección al jardín de alamedas. Como una campanada, que convoca a los fieles a la sagrada reunión, la puerta, golpeo estruendosamente, cerrándose.
Atravesaron su mente, Dos cosas. Nunca le había contado a su hijo la historia, “el guardián del palacio”, y eso, en él, abría la más terrible de las heridas, como su padre, él debía haberlo hecho antes, pero su dedicación de mantener abiertas las puertas a personas ajenas, habían provocado una terrible sordera en su mente, y el tiempo de su hijo, ya había sido.
-Domingo…-fue lo segundo…
Su cuerpo se derrumbo al suelo, casi sin peso. Y sin remedio, junto a su rostro, una pluma de sus alas, reposó. Su perfume dejo en el aire un reflejo azul.


A mi viejo, “el guardián de las puertas”.