Por Bruno Ferrari.
Y eso que no era mi chica, ni tampoco llegué a conocerla tanto, y no se si algún día lo haré, pero compartí una historia con ella, una bastante extraña (al menos para mí). Y un día me levanté y dije: “¿por qué no escribo de ella?”. Y ustedes estarán pensando “esta mina lo enamoró” o “lo flasheó” en una jerga más juvenil. Pero no. No es por eso que se me ocurrieron estas líneas, si no por cómo es ella. Tal vez un poco de cada cosa: especial, rara, loca, única, mística. Muchas cosas que la pueden adjetivar pero nunca definir. Si somos muchas cosas, ella lo es más. Y aunque todo parece pintar como un relato edulcorado, déjenme aclarar que nada es lo que parece, y si piensan muchas cosas más, les recomiendo que no piensen. Solo traten de leer. Traten de leer sobre Nila y mi historia con ella.
Sinceramente, no recuerdo cuándo la conocí. Si por alguna amiga, o por qué. Me da bronca no recordarlo. Les juro que hago el esfuerzo, pero nada. No pasa nada. No hay fecha, no hay clima en mi cabeza. Y sin embargo, a ella la tengo muy presente. Porque varias historias de Nila conmigo son raras, aunque muchos dirán que a muchos les pasó con muchas mujeres, y yo los comprendo. Pero empecemos por lo que más recuerdo: antes de conocerla, yo ya sabía por lo que había pasado. Siendo una chica en camino a ser una mujer, en el medio pasaron muchas cosas que afectaron gravemente su forma de ser. Quizás el hecho que la marcó profundamente fue el asesinato del padre a manos de dos ladrones en su propia casa. En el barrio se oyeron tiros a la madrugada, y provenían de la casa de Nila. Mucho no se pudo hacer por entonces. La gente, indignada, salió a la calle a protestar. Nila, junto a su madre, hermanos y el resto de su familia (en una misma cuadra vivía la tía de Nila y su abuelo por parte de la madre), más todo el barrio, con pancartas y difusión en los medios, pidieron justicia por el hombre muerto a mano armada. Y el hacerse escuchar logró su cometido: apresaron a los dos delincuentes. Y una historia pareció cerrarse. Pero bajo tanto bochinche, estaba Nila, y ella la estaba pasando mal.
Todo esto lo se porque fue un caso conocido en la ciudad. E igualmente, Nila me interesó. Por mi amiga que me la presentó, que también me advirtió este detalle en la vida de ella. Igual, no había llegado a cruzar muchas palabras con ella, solo unos cuantos saludos y unas cuantas despedidas. Pero llegó el día que hablamos más, una vez en un boliche. Y la verdad quedé sorprendido: ella, directamente, se abalanzó sobre mí, en busca de afecto instantáneo, que la verdad, yo no estaba preparado por entonces. Yo estaba en una etapa de hablar primero y accionar segundo. Ella tenía esa etapa pero invertida. Y vale aclarar en este punto que Nila no era una mina fea. De cara, bastante. Pero tenía un cuerpo perfecto, trabajado durante años en un gimnasio, y por natación, ya que tenía una espalda ancha. El cuerpo clásico de guitarra ella lo poseía, más unos buenos pechos. Conformaban, físicamente, a una chica apetecible. Y eso los pibes lo sabíamos, ya que no era el único que habló con ella, si no varios. Y ella se comportó siempre igual: amigable, provocadora, directa. A mí me ofreció volverme con ella, a lo que yo dije que sí, pero después me arrepentí y decidí volverme solo. Y Nila luego me lo hizo notar.
Unas semanas después de eso, volví a hablar con ella. Esta vez por chat. Era de noche, tipo 22. Y ella en algún punto seguía provocándome a pesar que esa vez en el boliche no me haya vuelto con ella. Así que me propuso ir a la casa. Yo, un poco tocado por el faltazo de aquella vez, más un potable deseo de hacerla mía, acepté su propuesta, pedí un taxi y fui a su casa. En el camino yo pensaba que, para no volver a hacerla mal, debería encarar las cosas de otra manera y seguirle su juego: primero accionar, y luego hablar. Nila tenía eso: provocaba el pensamiento más perverso, y eso se notaba. Y yo lo notaba. Y yo lo quería poner en práctica. Pero como se darán cuenta a continuación, pocas veces sale algo como uno quiere, o como uno lo está planeando.
La casa quedaba en un primer piso, y al subir las escaleras no imaginaba con lo que me iba a encontrar. Las paredes estaban adornadas con palabras, poemas y fotos referidos al padre de Nila. Recuerdo más las palabras, en donde ella escribió que lo extrañaba, que lo amaba, que nunca habrá nadie como él. En el medio de una habitación, junto a la cocina, había una mesa donde se encontraban varios de los familiares. Estaba la madre, la tía, el hermano. Estaban cenando. Nila se encontraba en otra habitación pegada a la anterior. Ella estaba viendo una versión doblada en español de El jardinero fiel bajada de internet para la facultad. Yo, al observar todo esto, pensé en irme lo más pronto de ese lugar. Primero, porque no conocía a nadie y me hacía sentir incómodo. Y segundo, porque no iba acorde a mis planes. Pero decidí quedarme a ver cómo transcurría la noche, quizás a favor mío, quizás no. Y quizás no fue la respuesta correcta: Nila no estaba para nada provocadora, estaba vestida con un pijama infantil que no despertaba ningún deseo sexual en mí, sino que daban ganas de retarla y mandarla a la cama a dormir porque era tarde. Además, la noté en un estado distinto a la otra vez: hablaba de manera muy lenta, decía incoherencias, no terminaba las oraciones, se reía de cualquier comentario que yo decía. Yo todavía no entendía por qué se comportaba así, pero decidí seguir viendo cómo se desarrollaba todo. Me dijo que viéramos la película, a lo que yo le respondí que ya la había visto y que no me había gustado, a lo que ella me pidió que se la cuente así no la veía. Yo le dije que la viera porque tal vez a ella le iba a gustar, era una historia de amor trágica por así decirlo, que denunciaba a una empresa farmacéutica que funcionaba como la “corporación maligna”, la cual estaba asentada en África, en donde la pareja vivía, ella siendo activista y él como un diplomático. Ella muere en un accidente, y el diplomático la llora. Ella iba con un hombre, y todo indica que tenían un romance. Pero el diplomático comienza a indagar, porque sabe que su mujer era una persona que incomodaba a los poderosos al reclamarles muchas cosas con respecto a la contaminación, salud y sociedad, a la que se estaba afectando en África. El diplomático no tarda en descubrir que en realidad a ella la asesinaron, y que el hombre con el que estaba, era otro activista y homosexual. De allí, se dispara el resto de la película en seguir al diplomático en tirar abajo a la poderosa empresa farmacéutica, pero más que nada, en la búsqueda de su mujer y en reivindicar su muerte, la cual no quiere que haya sido en vano. Le dije que también le podrían gustar los paisajes de África, las actuaciones. Pero que a mí la película no me terminaba de gustar. Al decir todo esto, me daba cuenta que en realidad estaba hablando conmigo mismo, ya que Nila tampoco me prestaba mucha atención. Es decir, me escuchó los primeros 5 minutos, pero luego se iba, es decir, seguía en persona, pero no hablaba, no me miraba, se iba de la habitación, quien sabe a dónde, quizás a un lugar feliz o un lugar triste y oscuro. Cuando volvió, me dijo que jugáramos al truco. Lo hicimos. Nunca jugué tanto al truco en mi vida. Habrán sido minutos, pero yo lo viví como si fueran horas. Ella se reía de todas las cartas que le tocaban, desde un cuatro hasta el macho. Pero no era una risa sin sentido, una risa insoportable, que de repente no quería escuchar más.
Mientras jugábamos, noté que empezamos a estar solos alrededor. Sólo quedó la madre, la cual me ofreció comida. En realidad, Nila le dijo que me diera de comer, aumentando mi incomodidad. La madre me sirvió tarta de zapallo, junto a un vaso de jugo. Yo le agradecí y mientras comía, seguimos jugando al truco. Cuando jugábamos mucho, Nila ponía la película. Al terminar de comer la tarta, noté que la madre no estaba más. Estábamos solos. Nila se paró a poner pausa a la película y se sentó arriba mío. Pude sentir su cuerpo a través del algodón de su pijama. Noté que ella comenzaba a agitarse. Nos besamos. Cuando nos comenzamos a excitar, ella se alejó y se sentó en su silla. Apareció la madre en escena. Quería saber si estábamos bien, si necesitábamos algo. Yo dije que no, que gracias. Yo solo trataba de saber cómo hizo para escuchar a la madre, ya que yo no escuché ningún sonido de pisadas ni nada por el estilo. La madre salió y Nila me dijo que volvamos a jugar al truco. Yo le seguí el juego nuevamente, pero la verdad sentía que la noche se estaba tornando extraña hace rato. Jugamos unas manos más, ella volvió a subirse arriba mío. Volvimos a besarnos y a tocarnos. Ella se volvió a su silla, pero esta vez no apareció la madre. Le dije que no entendía por qué hacía eso, que me explicara. Ella sólo se limitó a reir.
Luego llegó el fin de mi estadía en la casa de Nila. Le pregunté si tenía alguna cerveza. Me dijo que no, que ella no puede tomar alcohol. Le pregunté por qué. Por las pastillas, me dijo. Yo empecé a prepararme para lo que venía, mentalmente digamos. Ella comenzó un relato en el que narraba los sucesos que tuvieron que ver con el padre, que ya los sabía porque el hecho lo vi en los noticieros y en los diarios. Prosiguió el relato contándome que una vez que estuvo de novia con un chico, empezaron a pelear bastante feo, y ella terminó a los gritos por la calle insultándolo. El chico decidió irse, y ella iba atrás de él insultándolo de arriba a abajo. La madre decidió internarla unos días en un psiquiátrico, donde a ella le daban pastillas de todo tipo. Al salir, le dijeron que las siga tomando, para prever lo peor, le dijeron. Y ella siguió tomando. Al terminar de decir esto, aparece la madre y le deja en la mesa donde antes estaban comiendo, unas pastillas y un vaso con agua. Ella, obediente, se acerca a la mesa, le dice gracias a la madre, y se toma las pastillas. Luego vuelve a sentarse a mi lado, junto a mi cara de póker. Se escucha el timbre. Se escucha la puerta de entrada que se abre y se cierra. Es mi vieja que se cruzó enfrente a hablar con un vecino, me dice ella. Ella se va a la ventana que da a la calle a fumar un pucho y a observar a la madre hablando con el vecino de enfrente. Yo me acerco junto a ella en la ventana. Hay un árbol seco que obstruye la visual. Yo me pongo detrás de ella, y le agarro las nalgas y juego con mis dedos en sus cavidades. ¿Qué hacés? Mi vieja está mirando, me dice ella. Nada, juego, le respondí. Yo en ese momento me sentía curado de espanto. Había visto y escuchado demasiado por unas horas en una noche en la cual ya mis planes se encontraban en el tacho de basura. Decidí seguir el juego de manera vívida, y actué de esa forma, a ver qué pasaba. Ella no se inmutó, siguió fumando mientras yo jugaba con mis manos por su cintura. Se escucha la puerta de entrada que se abre y que se cierra. Yo vuelvo a la silla donde estaba antes. Luego Nila se sienta en la silla de la computadora, donde estaba la película pausada, y me dice “vení que te muestro unas fotos”. Yo me acerco y empiezo a ver una secuencia de fotos de ella durante su vida: con amigas, con novios, amigos, con los que salió, con su familia. Yo me imaginaba volver a la cotidianeidad cuando me empezó a mostrar fotos de su hermano con plantas de marihuana, el hermano y los amigos fumando y riéndose y mirando a la cámara. No era extraño el tema para mí, pero era extraño ver a la madre pasando detrás de mí y mirando las fotos que yo miraba. Una familia liberal, pensaba, pero también pensaba en que era una familia donde nadie decía nada con respecto al otro. Nadie juzgaba.
Y luego vinieron las fotos de ella con su padre. Era perturbador el silencio y la pausa de ella al mostrarme estas fotos. Directamente ni hablaba, y no pasaba las fotos. Dejaba una foto puesta por varios minutos, sin decir nada. Luego me mostró fotos de la marcha que hicieron por el padre, de los vecinos. Este era el mejor amigo de mi papá y vive enfrente, me decía en una foto. Esta soy yo con una de las pancartas en la marcha, en otra foto. Y luego vino el pico, el plato fuerte: me mostró un video del día después del asesinato del padre. La cámara mostraba los ambientes de la casa donde yo estaba en ese momento, pero que en el video la mostraba llena de policías, hablando entre ellos, tomando notas, testimonios. Luego la cámara mostraba el piso donde estaban mis pies apoyados, y que en el video se veían manchas de sangre en grandes tamaños. Luego alguien que habla a la persona que filmaba: “Nila, vamos que tenemos que ir a la comisaría a declarar”. Fin de la filmación.
Al terminar el video, ella me pregunta qué me pareció. Yo no sabía qué decir. Sólo pude decir que me alegraba que hayan encontrado a los culpables y que estén presos. Hace poco salieron, me dijo ella. Otra vez, ningún comentario de mi parte. Yo solo la miraba, y veía en su cara una mueca, una sonrisa, un producto de tantas cosas vividas, de tanta mierda, de muchas cosas mezcladas, lo veía en esa mueca. Y es más, me costaba mirarla fijamente. Creo que me superaba la situación. Todas las cosas que experimenté en mi vida hasta ese entonces, no se asemejaban a lo que estaba viviendo en esa noche. Luego miré la hora, y noté que era la medianoche pasada. Habían pasado sólo dos horas desde que había llego a la casa de Nila, y ya me quería ir. Le dije que me pida un taxi, y ella me dijo que bueno, que ahí lo pedía. No tardó mucho en venir, a lo que le agradecí indirectamente al taxista. Nila me acompañó hasta la puerta, donde se encontraba la madre y la tía. Le di un beso en la mejilla a Nila y me subí al taxi, con el más profundo deseo de no volver nunca más a esa casa. Pero al volver a mi casa en el fondo me sentía culpable y quería ayudarla. Me sorprendía que siga tratando de tener una vida normal, y eso es algo para valorar bastante. ¿Pero qué era normal para ella? ¿Qué era normal para mí? ¿Yo soy normal? Sólo puedo asegurar que ella tenía problemas. Muchos. Los cuales los lidiaba de una forma que sería muy difícil cambiar. Ella tenía que cambiar. Pero en término de hábitos. Pero yo no lo podía hacer. No. Yo no era nadie. Ni un amigo, ni un novio, ni un amante. Nadie. Sólo podía desearle lo mejor en el fondo. Y que nuestros caminos se vuelvan a cruzar y que esta vez ella esté bien y que podamos hablar bien.
Luego de esa noche, no la volví a ver. Hablamos unas semanas luego por chat. Ella me preguntó si me acordaba de una de las fotos donde estaba el mejor amigo del padre. Yo le respondí que vagamente. Luego me preguntó si me acordaba que cuando yo fui a su casa, en un momento la madre se cruzó enfrente a hablar con un vecino. Le dije que sí, aunque yo en realidad recordaba haber jugado con su cuerpo. Me dijo que el vecino le estaba contando a la madre que el mejor amigo de su padre había muerto calcinado al ir por una ruta en una camioneta y al haber chocado con un camión cisterna el auto se incendió. Ella me pasó el link de la noticia, para corroborarlo. Yo simplemente no lo podía creer. Más que nada por ella. Yo pensé: “pobre mina! Las personas que la rodean se van yendo una a una de manera trágica”. Y luego traté de levantarle el ánimo, pero no me respondió. Nunca más hablamos.