Se siente unicelular un hombre de cara a una noche desierta de invierno, siente como si su calor fuese absorbido desde las entrañas de la tierra, pero disuelto en el primer manto helado que la recubre, convirtiendo esa presencia en algo minúsculo, desposeído, casi extinto, que no es absorbido por la capa de grama sólo por la existencia de una lógica física... pero la noche es despejada, y la oscuridad del cielo tan sólo es el frio eterno y hueco del universo, con unas estrellas lejanas que no hacen más que recordar esa distancia infinita.
Es que de a poco se nos fue advirtiendo del retorno cíclico del invierno, ya el otoño se llevó con gracia las esperanzas del verano junto con sus hojas rítmicas. Y ahora que el hombre se encuentra sólo, vulnerable, introvertido el temporal arremete contra él, con la violencia titánica de los vientos polares, un martillo gélido golpea el alma que sólo atina a resistir, los pasos surgen envueltos en patéticos abrigos. Resignado, ante la condición obligatoria de marcha hacia algún refugio.
Es como si se hubiese impuesto una penitencia, la soledad total reinara sobre el hombre atrincherado, para que una vez aislado en el frio se descubra a sí mismo, eh indague de mil maneras: para que agote su material externo, se conozca hasta no soportarse, para que se aburra y reduzca su ego a un sinrazón, a un motivo inexistente, para alimentarse de recuerdo, -imágenes, evocaciones- para en ese preciso momento ser carcomido por la ansiedad de que ya no basta con el mismo...
Los recorridos comienzan a significar otra cosa, ya no es el aburrimiento el móvil de la búsqueda, ahora son las preguntas, las que no puede contestarse sólo, lo que le permite salir una vez más a recorrer el paisaje hostil de una ciudad tomada por la parálisis catatónica y azul del clima. El espejo, el otro ser, el que reafirme la existencia de uno mismo, ese es el bien que se anhela, pero también pueden encontrarse espejismos.
Así en respuesta a lo que encuentra, a los que encuentra, la persona agradece humildemente saberse algo así cómo un par, y no más una unidad perdida, única, vulnerable.
Las igniciones calientan de a momentos el alma, sobre todo porque existe un afuera amenazante, trágico y desolado, y es por eso que se vuelve preciso perpetuarlas el mayor tiempo posible, tapándose bien, cerrando la puerta para ir a jugar, riendo en un trueque justo de reflexiones lumínicas... hasta que haya que sacar el pié fuera de la colcha y recordar (con ganas de cinco minutos mas) que hay una helada detrás de esas puertas cerradas , y que las maderitas de lo fósforos en algún momento se consumen...
Sin embargo las despedidas no dejan un sabor amargo, sino que renuevan mutuas esperanzas, y el hombre ya no siente el castigo del viento del mundo sobre sí mismo, sino al invierno cómo el signo de pregunta que lo empuja a la búsqueda y a la respuesta que es el otro, que son los otros. El necesario contraste de opuestos que reafirma su unicidad, pero en un mar de otras existencias, respirando y precisando, quizás al mismo tiempo el encuentro.
Por Flora la Exploradora
No sabemos como llegaste aquí, ni lo que estas buscando, pero esto es con lo que te vas a encontrar
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3 comentarios:
para encontrar un lector unicelular
...oh!
el precio de la libertad
que lindooo
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