Por Bruno Ferrari.
Noche de viernes en Santa Fe. Nada para hacer. Estaba sentado frente a mi computadora y no la estaba usando. Solamente disfrutaba estar sentado. La silla es muy cómoda. En ese momento pensé: ¿Quién me va a querer mover de acá? Y si lo hacen: ¿Yo voy a estar de acuerdo? Suena el teléfono. Es un amigo al cual no veo hace mucho. Me dice si quiero ir a tomar unas cervezas con él. Lo logró: me sacó de mi letargo. Casi lo aplaudo.
Nos encontramos en la puerta del bar La Toma. El lugar está repleto. Vamos a la barra a comprar una cerveza de litro, y al destaparla, una mesa se desocupa. Qué suerte la nuestra, pensé. Así que nos sentamos a comenzar el ritual de la actualización de nuestras vidas. Pasaron varios meses de la última vez que lo vi, fue uno de los motivos por el cual decidí salir de mi estado momificado. Mi amigo decidió irse a Misiones, con la idea de ir una temporada a juntar plata. Al menos eso me dijo antes de que se vaya.
La cerveza baja, y muy rápido. No sé si será que tenemos sed o ganas de emborracharnos. Pero la cerveza baja. Y ahí estoy yo, sentado al lado de mi amigo, que me cuenta de su vida en Misiones, de lo bien que le hizo respirar otro tipo de aire ajeno al de la ciudad. Que no fue a las cataratas ni a Posadas. Que fue a un lugar llamado Corpus, cerca de San Ignacio y de Paraguay. Entre Argentina y nuestro país vecino, sólo me separaba el río Paraná, me dice, y agrega que cruzó el límite y visitó Paraguay varias veces. Sólo para conseguir buen porro, porque Paraguay es una mierda, me aclara. Yo no conozco Paraguay, así que no le dije si estaba equivocado o no, sólo asentí, como hice la mayor parte del tiempo en el bar. Luego dijo que estuvo viviendo en lo de un hombre de unos cuarenta años, que le daba trabajo como su ayudante en el campo de un hombre millonario, cerca de Corpus, por lo cual tenía que levantarse temprano como nunca en su vida. Tipo 5 de la mañana venía el tipo con una lámpara y te agitaba como una maraca, y cagándome los buenos sueños que estaba teniendo, me dice medio entre risas. Que la vida en el campo es dura, laboriosa. Una bosta, concluye. Yo le dije que es normal que sienta eso, ya que es el contraste histórico entre ciudad y pueblo. Aunque él ya lo sabía, yo lo dije solamente para decir algo. Estaba empezando a sentir que mi presencia en La Toma era de disfrazarme de psicólogo y no de amigo.
Luego, siguió contándome que dejó de trabar allí (no me quiso decir el nombre del lugar ni del dueño del campo) porque el viejo dueño de la casa donde estaba parando una noche cayó antes de lo previsto, tipo 4 de la mañana, y en vez de querer levantarlo a los sacudones, se acostó junto a él. Ahí comprendió, según me dijo, que su vida en el campo había terminado.
Había llegado mi momento para hablar, pero yo no tenía mucho para decir. No está de más decir que ya íbamos por la cuarta cerveza, o quinta, ya no recuerdo. Pero las ganas de hablar no me acompañaban esta noche, y ya sabía por qué, solo que después de tanto tiempo, lo había olvidado y ahora volvía. Mi amigo me sacó información a la fuerza, porque yo no tenía ganas de decir nada. A cada pregunta suya, yo respondía con monosílabos o solo asentía. En ese momento, mi amigo se habrá sentido que hablaba con una pared. Pero yo no tenía la culpa. O al menos eso creía. Porque toda la noche se me estaba yendo de las manos. Y la cerveza seguía bajando.
Mi amigo me preguntó por su ex. No supe qué decirle. Quedé petrificado. Una sensación horrible sentí en el estómago. Aunque no había nada de malo en contarle que la veía muy seguido por entonces, que nos juntábamos a tomar mate, en coincidir en lugares de la noche santafesina, la cual se estaba volviendo muy repetitiva, ya que los bares, inclusive en el que estábamos sentados, empezaban a perder su atractivo a tal punto de querer no salir más a bares por la noche en la ciudad. Esto último que había dicho se ve que no le importó, ya que me preguntó a qué me refería con que me veía seguido con su ex. No supe qué responderle. Noté que no había más cerveza (quinta o sexta de la noche), así que me paré y fui a la barra comprar otra. Me dieron una cerveza congelada, por lo cual le pedí que me la cambiaran por otra. En todo ese tiempo sentí unos ojos penetrando por mi nuca, siguiendo mis movimientos desde que me levanté hasta que volví a sentar. Eran, por supuesto, los ojos de mi amigo.
Volví a la mesa, destapé la cerveza, y me senté. Mi amigo volvió a preguntarme que a qué me refería con que la estaba viendo seguido a su ex. Nada, solo eso, verla seguido es verla seguido, nada más, me defendí. Mi amigo me miraba con cara de sospecha. De repente, entra al bar un grupo de chicas. Una se acerca a saludar a la mesa. Era la ex de mi amigo. Besos en las mejillas de ambos. Un qué tal ameno para mi amigo, uno cálido para mí. Una pregunta de dónde anduvo todo este tiempo a mi amigo, mientras la mano de ellas estaba apoyada en mi hombro. Hablaron cinco minutos. Ella se despidió diciendo que volvía con sus amigas. Mi amigo agarró la cerveza y sirvió su vaso y luego el mío. Mi vaso lo sirvió deplorable. Pura espuma. Comprendí entonces, que nuestra amistad había cambiado. Hasta llegué a sentir que había terminado. Nadie decía nada. Nadie se movía. Eramos dos momias, o, como estaba hoy en mi casa antes que me llamara. Comencé a pensar para qué le dije de ir a La Toma. Pasó por mi cuerpo el sentimiento de arrepentimiento. Y mi única compañía era mi vaso de espuma de cerveza. Volver de una situación así no era lo mío. Así que me dediqué a beber. Y mi amigo también. Y sin decirnos una palabra.
Creo que íbamos por la décima, y ya no podía mantener la compostura, cuando mi amigo, también en un estado etílico considerable, empezó a insultarme, a decirme cosas como traidor, vendepatria, sin códigos, creído, un gil, un comevergas, un puto, un pelotudo. En fin, lo que se oye hoy en día y se le dice insulto, provenían de su laringe. Y yo sólo atinaba a escuchar. A escuchar y tratar de entender, y a seguir con mi postura monisilábica y de asentimiento. O ese perfil trataba de mantener. O ya ni sabía qué quería hacer o no quería hacer. Llega un punto al que a uno le da vueltas el mundo, la realidad, la amistad, la sensatez, el recato, el creerse un caballero, y se termina perdiendo todo, haciendo algo que zanje la cuestión.
Al terminar mi amigo (o ex amigo) de insultarme, o creo que fue al terminar de insultarme, ya ni me acuerdo, yo me paré de manera muy atenta, para no irme de boca al piso, y empecé a caminar, dejándolo a mi amigo solo, y me dirigí hacia el grupo de chicas, agarré a una, y comencé a besarla apasionadamente. Al cabo de 15 minutos eternos y disfrutables para ese estado. Me di vuelta para mirar la mesa donde estaba yo sentado, en busca de mi amigo. Pero él ya no se encontraba ahí. Se había marchado del bar. La ex de mi amigo me preguntó por qué hice lo que hice enfrente de él. No sé, solo tenía ganas de hacerlo, le dije. Me dijo que estaba borracho y me recomendó que vaya a mi casa, que no era lejos, y que ella me iba a acompañar. Accedí a regañadientes, ya que sentía que podía llegar solo, pero la verdad era que en la esquina me tiraba a dormir.
El camino de vuelta a casa fue complicado, o lo complicado para ella habrá sido cargarme. Eran 4 cuadras, y soportarme en ese estado, la verdad, era para hacerle un monumento. Cuando llegamos, ella abrió, me acostó en mi cama, dejó un balde al lado mío y se fue. Una voz lejana me dijo que al otro día llamara a mi amigo para pedirle disculpas. Lo hice. Al otro día me levanté a las 6 de la tarde. Y estaba todo el mundo al revés. Todo menos el balde, lleno hasta la mitad. Ver eso me hizo lanzar de nuevo, y de levantarme a vivir el día, o a intentar hacerlo. Lo primero (lo segundo, si se cuenta las repetidas cepilladas de dientes) que hice fue llamar a mi amigo a la casa, para disculparme por mi actitud inmadura ayer en el bar. Me atendió la madre. Me dijo que hacía 1 hora que mi amigo se había ido a la terminal a sacar un pasaje para irse a Formosa, que él le había contado que durante su estancia en Corpus, conoció a un chico que lo trató bien y le dio albergue unos días. Así que iba a parar en la casa de él. Le pregunté si sabía cuándo volvía. Sólo sacó pasaje de ida, sentenció la madre. Y que el colectivo salía en media hora. Le agradecí y me apresuré para llegar a la terminal a tiempo. Corrí y corrí. No sé cómo pero corrí. Las10 cuadras más largas de mi vida.
Al llegar, el colectivo de mi amigo había salido hace 15 minutos. Lamenté no haber llegado a tiempo. Y me prometí que cuando vuelva a verlo (si es que lo volvía a ver) le explicaría todo, cervezas de por medio.
1 comentario:
Siempre contagia su aporte un poco de consistencia a esta sopa, gracias y gracielas
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