Hay una tristeza que se me hizo cascarita.
Sin darme cuenta mi reloj comenzó a marcar las horas en las que crece, en las que pica y debo rascarla.
Las telarañas saben de este tipo de sentimientos cuando se rompen y entregan al viento para volar suavemente sobre los arboles y rincones donde antes soñaban estar.
De a poco fui acostumbrándome a la herida, a quererte así sin mas remedio.
Es la manera que encontré de llevarte conmigo, de mantenerte cerca del dolor y el placer que implica recordarte.
Recorrer los bordes secos y apretar la humedad del centro.
Cuantas noches como esa junto a la estufa hacen falta para derretir el deseo de nunca mas verte?.
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