"Para seducir a la presa nunca hay que atacarla abiertamente, hay que hacerle creer que ella es el cazador; hay que pescar siendo el cebo pero convenciendo al pez de que él es el pescador y la caña".
Cada vez que me dan estos consejos de piscicultura y cinegética, me deprimo extremadamente. Pienso en ninfas y faunos o en leones y gacelas y me dan ganas de tirar el deseo por la cañería. ¿desplegar estrategias? ¿poner cebos? ¿fingir la caída de los ojos y el sonrojo? ¿no ser arrolladora sino arrulladora? ¿y si a mi también me gusta sentirme conquistadora? Yo creía que las cosas, no las llamemos amor, surgían, así, mágicamente, en un momento en que el universo se desaliñaba lujosamente la cabellera y se alineaban en conjunción misteriosa las estrellas. Pensé que el deseo nacía de la coincidencia, y que al que deseaba no le quedaba otra urgencia que perseguir. Y al parecer no es así, en realidad, nada prosigue sin trampas ni entradas encubiertas. Heme aquí, cero tramposa, desamparada y sin parapeto ante unos ojos. Superar todo ese trastorno inicial del acoso y derribo sutil, ese baile de la garza que es todo, no lo llamemos amor, que comienza, se me hace mas difícil que escalar el Annapurna.
Soy impaciente de los ritos porque sé lo que vale un minuto en compañía, aunque también se que por mucho que me apriete el corazón, no sé provocar en otro el deseo de desearme más que retándolo a un duelo consigo mismo. Ese si es mi territorio amatorio: la justa lid, el frente a frente sin padrinos y con el corazón como pistola. Y quizás por eso fracaso?, a pocos les gusta arriesgarse a campo abierto y sin arbustos donde esconderse. Y quizás por eso un aniversario de algunos años completos o de muchos números me parece inalcanzable,
a mi... que el único aniversario que puedo celebrar es que hace un año me abandono, al atardecer, y quede ahí parada, mirando los arboles desvanecerse.