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domingo, 2 de marzo de 2025

CUENTOS POR CAREAU

 

 Subterráneo I

El sujeto se golpea contra las paredes, las tantea con las manos haciendo movimientos torpes. Desde detrás del vidrio observo que grita, que tiene los ojos abiertos, pero no puede ver. Veo también que ha entrado en pánico. Sé que su cuerpo produce suficiente adrenalina como para sostenerlo así por lo menos unos diez minutos más antes de descompensarse. Es entonces que me excita observarlo. Es ese instante en el que el sujeto desiste y se entrega por fin al abandono cuando realmente lo poseo. No puede ver porque está intoxicado. Acá no puedo oír sus gritos, pero grita mucho. Sé que está sufriendo y es esa certeza la que me estimula. Está desnudo y sangra, aunque no sé exactamente donde está herido. Quizá el muslo.

Se cayó y golpeó la cabeza.

Pasan un par de minutos y no se levanta. Quizás entre a verlo. Es solo una contusión. El desmayo durara poco, pero el intervalo es suficiente para poder tocarlo. Juraría que eso lo excitó.

Vuelvo a la sala de observación. La espera me pone ansioso, la ansiedad me pone duro y comienzo a pajearme y mientras me pajeo lo miro tirado.

Tengo la verga dura y no creo aguantar mucho más, pero aguanto porque tengo esperanzas de que se despierte antes de lo pensado. Por un momento me distraigo y veo una vena hinchada en el costado de mi verga. La toco y el cilindro cede aplastado por mi dedo. Lo levanto y la vena vuelve a bombear sangre. Esta es mi verga, los cyanes, azules, rosas y ocres se mezclan modelándola. La tengo erguida y recta, bien recta. Eso define mi personalidad. Soy astuto, agudo y certero, siempre enfocado. Nada me desvía ¡esta es la verga de un hombre! Y cuando está dura me exige trabajo, una gran irrigación para mantenerla. En la contemplación me dejo ondear por los pensamientos y casi pierdo la erección, pero la salvo masajeándola. Miro el reloj. Las tres am. Es tarde por demás así que acelero el ritmo y acabo abundante semen que corre por la mano, por mi verga y el pantalón. El sujeto sigue en el piso y lo miro extasiado. ¿Sabrá? ¿Se dará cuenta algún día cuanto hizo por el placer del Hombre? El semen se vuelve un poco más fluido con el correr del minuto e inmóvil siento como una gota cae por entre mis piernas. El sujeto empieza a moverse.

 

 

 

 


 

Intersección I

 

“No hubo ni habrá lugar en mis pensamientos para otra pregunta que la que me habita”

 Desde que reconozco al mundo como tal, esto ha sido así. Una esquina allí, un vasto parque allá, el suelo debajo y el cielo en la bóveda. Él, ella, ellos, tu y yo. El perro, los árboles y la pregunta ¿qué hay detrás de la puerta?

Y es que ya lo dije, desde que el mundo es mundo sólo ha habido y aún hay una sola puerta. De hecho, sólo conocemos el concepto de puerta gracias a esta única pieza. Los habitantes no conocemos el plural para puerta, nos es imposible pronunciarlo. El mundo no sabe más de una puerta. Toda edificación carece de ella y se es libre de entrar y salir a gusto. El mundo entonces mantuvo hasta el día de hoy una lógica, un orden. El orden se sustenta en la existencia excepcional de esta puerta.

Ninguno de nosotros sabe responder la pregunta. Tampoco desvariamos demasiado en las conversaciones. Nos limitamos a saludarnos con cortesía unos a otros y, salvo leyendas que persisten en el hablar, la memoria es un vaho perenne. La puerta se encuentra en un pequeño rancho no muy lejos de mi casa, oxidada y bloqueada. Nadie puede abrirla. Habla una leyenda que detrás de ella no hay nada. Otra que por ella se pasa solo al interior del rancho; que un viajero pudo abrirla y volver, pero al regresar la memoria se disipó prontamente y la más difundida es que detrás de la puerta se encuentra el punto. El punto es la intersección de todas las razones que hacen que nuestro mundo sea mundo, mantenga su orden. Modificarlo implicaría para estas gentes consecuencias evidentes. Olvido mencionar dos cosas, la primera, mis coetáneos son, por nombrarlos de algún modo, ordinarios. Y la ordinariez copula con la mediocridad. Cualidades que se prestan sólo y de manera irónica en seres inteligentes, con un encéfalo altamente desarrollado y una exquisita capacidad para el lenguaje. Pues claro está, un perro no puede nunca ser ordinario ni mediocre sino a través de la mirada humana. La segunda cosa que olvido contar es que acercarse, y mucho más abrir la puerta está terminantemente prohibido. Yo no creo una explicación tan absurda. Es por eso que, dispuesto a revelarles a todos la verdad, intenté destruir la puerta a patadas en más de una ocasión, pero la chusma siempre me detuvo antes, aterrada. Me castigan con incansables azotes, penas de encierro, vejaciones que sólo me daban más ganas de romper la puerta y escapar. Ahora montan una recelosa guardia en torno al rancho y debía yo ingeniármelas para poder acercarme. Por eso hoy no voy a fallar.

Guardo conmigo un viejo machete cubano oxidado y espero la noche para dar el golpe. Me acerco, son tres sujetos que me observan en seguida. Los amenazo y al ver que no retroceden arremeto contra el primero. Hundo el machete en su pecho y él cae. Mientras los otros dos guardias me rodean veo acercarse a la muchedumbre alertada. Se abalanza sobre mí uno, más grande que yo y sin dudarlo le abro un tajo en el muslo y cae. Al último le abro el tórax. Llegada la muchedumbre apuñalo, corto, atravieso cuerpos decidido. A un vecino le deslizo el machete desde la cabeza cortándolo al medio. A las mujeres les corto el cuello, por piedad. A los niños el estómago. Al pastor lo empuño en el pecho, y me confiesa <<me alegra que acabes con esto>>

Finalmente, corriendo llego al rancho y tomo la manija. Está abierto. Siempre di por sentado que estaba trabada. La mediocridad a la que tanto temo me ha alcanzado. Abro y salgo afuera. Salgo afuera porque siempre estuve dentro.

 

Voz del narrador: un sujeto aparece por una puerta ordinaria y la gente de la calle lo mira sin comprender. Aparece ensangrentado y con un machete en la mano.

 


 

Patio I

 

Con la nariz tantea las paredes. Las recorre a lo largo lastimándose con el movimiento lineal. Las paredes presentan texturas, irregularidades que lo hieren, pero le permiten al mismo tiempo aprender su mundo. Su mundo que huele a heces y que comienza en una puerta que siempre está cerrada. Aprendió por el revoque que lijó su nariz, que la primera pared continuaba hasta una similar. La tercera era algo más lisa, más uniforme, por lo que la recorrió con confianza sin reparar en la quemazón que le produjo. La última pared presentaba ladrillos, que se repetían de manera intercalada. ¿Quizá un patrón? Un mensaje codificado que le revele como escapar de ese cubo. Él lo aprendería con la nariz.

Hasta donde su altura lo permitía reconoció que los ladrillos se repetían uno tras otro de manera horizontal, distanciados entre sí por lo menos a cinco centímetros y verticalmente por tres. Pensó entonces, si los horizontales son continuos de pared a pared y sólo los verticales marcaban la diferencia, se encontraba condenado al fracaso. La imposibilidad de conocer a través de la vista lo volvía dependiente al tacto. Su escasa altura no le ofrecería jamás el mensaje completo.

 


 

Lentes biconvexos

 

Ahora, siendo octogenario, espero la muerte y por fin puedo contar la experiencia que arremetió de manera intempestiva en mi vida una tarde veraniega de 2017.

Caminaba por calle Sarmiento al 5800 cuando una porción de asfalto quebrado me hizo tropezar. Al caer se despegaron de mí los lentes, que cayeron delante y desde el suelo pude ver a través de ellos una escena digna de un vieu master. Una señora vieja, fea y vestida de entre casa sostenía un bebé del talón. Mirándome y en un movimiento rápido lo hizo girar una vuelta. Luego otra y otra más.

Todo esto acontecía sólo en los cristales, pues desde mi vista periférica vi que nada había delante de mí más que la vereda.

Al terminar de revolear el bebé tres vueltas, la señora había cambiado. Era ahora una mujer joven, de treinta años aproximadamente, y el bebé que sostenía era ahora un feto.

Yo, sin alcanzar a entender lo que sucedía, observaba sin aliento imágenes que se me ofrecían imposibles. Pero entendí que la secuencia implicaba un tiempo reverso.

Volvió a girar al feto tres veces, y entonces la mujer había sido sustituida por una joven niña y el feto había desaparecido. Comenzó a acercárseme por lo que me levanté de golpe y al mirar por la ventana de la casa frente a la que había tropezado vi un anciano demacrado, calvo y moribundo. Me costó un instante entender que el reflejo me pertenecía.

Ahora, como decía, a punto de morir entiendo que ese reflejo fue un anticipo de esta situación.

 

 


 

Decir

 

Santa Fe Capital es conocida por su puente colgante, por ser la Cuna de la Constitución Nacional, por erigir el monumento a un femicida y por el femicida. También por su parasitaria oligarquía conservadora.

Pero ninguna de estas características son las que me obligan a narrar los hechos que acontecieron un verano caluroso, sino la necesidad de quitar de mi espalda el peso de la historia.

Fue en la Vuelta del paraguayo, un barrio ganado al río, de pescadores locales y sus familias.  Vivía ahí “el Yoni”. Tendría 6 años.

Corría el decir de que al Yoni lo buscarían pronto. Su madre no alcanzó a atender a tiempo el decir. Su padre los había abandonado antes de que él naciera.

Ni su madre ni los vecinos tomaron en cuenta que los decires pululan en el barrio aún más rápido que las drogas (y éstas más rápido que el prejuicio)

Yoni rara vez amanecía en su casa. La madre rara vez recordaba su presencia. Sus amigos lo recuerdan hoy más como un mito que como una historia. Al Yoni supo gustarle otro niñe de nombre ya olvidado, gusto que aprendió a callar tempranamente.

Hoy pienso que su juego era el juego de todos. Sus pies corriendo eran los pies de todos los niñes que corren. Sus peleas eran ajenas.

El Yoni nunca se calló y alcanzó a hablar todo lo que tenía que hablar antes de que se lo llevara el decir. Quizás por eso se lo llevó tan pronto. Tal vez agotó el tiempo del juego, quizás dijo todo muy rápido. Aunque hablaba, no sabía escribir, pero ahora entiendo que escribía sus propios símbolos ¿Una piedra roseta hubiese hecho falta para descifrarlo?

Esa noche, mientras él dormía en la casa de un vecino, el decir cruzó el puente colgante, cortando la luz del mismo a su paso. Sacudió los árboles de la costa barriendo hojas y gatos. Golpeó las ventanas de los vecinos, incluso hasta el barrio el Pozo. Rompió las ventanas de las casas de la vuelta del paraguayo y rompió puertas, voló chapas. El Yoni dormía y al escuchar al decir acercarse, tuvo miedo. Se escondió debajo de la cama. El decir entró a la casa por la puerta, las ventanas y entonces se lo llevó.

No sé qué sucedió con el Yoni, ni con los otros niñes que ya se ha llevado el decir, sólo que no vuelven a aparecer.


 

Cole

 

Me confesó una tarde que tuvo una visión en pluscuamperfecto subjuntivo que iba más o menos así:

“En la penumbra danzarían juntos alguaciles y chicharras. La noche se ofrecería calurosa. Cada noche frecuentaría la parada de colectivo en la ruta, esperándolo. En los interludios observaría los faroles de luces cálidas. El silencio también se haría presente, pero el silencio humano, porque detrás de la garita cantarían ranas un coro indecible.

Al otro lado de la ruta, notaría inserta en el monte una casita de chapa. En ella viviría una doña. Ella me observaría noche tras noche desde su ventana precaria. Sostendríamos las miradas, nos preguntaríamos en silencio. Así, cada noche que esperaría el colectivo para volver a casa, la anciana me esperaría a mí. 

Cambiaría la rutina una noche en particular en la que la señora me esperaría fuera de su rancho. Las siguientes repetiría el acto de esperarme afuera. Debería yo mostrarme entonces algo incómodo.

Me sorprendería una noche en la que al llegar a la garita la encontraría a ella, expectante. Sostendría la mirada y me callaría con el dedo en la boca. Ante la intriga me quedaría, obedeciéndola, esperando el colectivo. Al menos eso pensaría. Pasarían dos horas sin señales de que el éste pasara, e intentaría irme caminando hasta mi casa, pero me retendría ella con un ímpetu inesperado, me señalaría la ruta y vería yo al colectivo acercarse. Pero a escasos metros me daría cuenta de que el colectivo no sería el mío. De hecho, notaría que no sería ninguno de los que frecuentarían la ciudad. Quedaría realmente intrigado al notar que sería por completo rosado y que el humo que saldría por su caño de escape sería magenta. Abriría entonces sus puertas al estacionar, y descendería un anciano del color de la tierra, de rostro cansado, denotando dolor. Abrazaría a la anciana con fuerza y se besarían. Como atraído por un aroma embriagador y para escapar de la escena me subiría al colectivo rosa. Una vez dentro las puertas se cerrarían.

El conductor sería un hombre gordo de pene pequeño, usaría una camisa naranja y el vehículo sería largo, pero de luz muy tenue, tanto que no podría distinguir a los pocos pasajeros que se encontrarían dentro. Todos ellos estarían cabizbajos, perdidos en pensamientos, durmiendo o incluso muertos. Eso sería lo que la escena me ofrecería.

Tomaría asiento. Cruzaríamos el puente colgante y al atravesarlo todo habría quedado en penumbras por fuera, impidiéndome observar nada más que oscuridad.

Una señora demacrada voltearía a mirarme, con lástima y cansancio. Me dirigiría a su asiento y me sentaría a su lado. Esto parecería molestarle. Yo intentaría preguntarle cosas como ¿dónde estaríamos? ¿qué estaría sucediendo? No respondería mis preguntas y se limitaría a decirme que <<no recordaría su nombre>> Sería entonces cuando desde el fondo del pasillo aparecería un policía para golpear a la señora en la cabeza. Su traje sería amarillo. Guardaría silencio el resto del camino y de a poco comenzaría yo a entender algunas de las reglas del juego. Cada vez que un pasajero moviese la cabeza recibiría como respuesta un feroz golpe del policía.

Una joven perturbada me advertiría en cierto momento que pronto me vestirían de color y que entonces comenzarían a golpearme a mí también. Por facilitarme esta información la piba recibiría una tunda que la dejaría tumbada.

 

Colectivos, noches ad infinitum,

colores, oscuridad y ningún sitio,

colectivos, policías y silencio.

 

Una noche me despertaría ferozmente cuando el policía me tomase del cuello y me llevaría hacia el fondo del colectivo, donde la luz no llegaría. Me cambiarían la remera y el jean por un vestido rosa. Desde entonces no podría hablar con los pasajeros sin recibir un golpe policíaco.

En cierto momento del viaje estacionaríamos en una parada, pero no me atrevería a descender por las vejaciones a las que me someterían de intentarlo. Allí bajaría un hombre viejo compuesto casi por completo de cenizas que sería recibido por una señora demacrada con un abrazo similar al que se habrían dado los ancianos que me habrían involucrado en el colectivo rosa. En su lugar subiría una joven embarazada llorando y aturdida, quien tomaría asiento en lo profundo del pasillo.

Luego de conversaciones breves que resultarían en dolorosos hematomas podría al fin entender que para poder bajar de la nave color rosa debería sustituirte alguien más. Comprendería entonces que no habría rumbo específico pues no habría recorrido, sino que erraríamos en ese colectivo de modo atemporal envueltos en oscuridad. Sería atemporal porque no existiría en esa dimensión un esquema de tiempo. Aunque sabrían decir, los pocos pasajeros que recordaban los años, que el colectivo volvería a la misma parada cada diez años. Otros dirían que la cifra sería misericordiosa, que completaría un ciclo cada cien.

Discurriríamos en un puro movimiento en loop, sin tiempo.

Cien años más tarde llegaríamos nuevamente a la garita que en un momento habría dejado. Para ese entonces mi vestimenta ya tendría un color terracota. Al estacionar el colectivo, el policía me haría bajar a la fuerza y en mi lugar subiría una hermosa joven de colores sienas, y la reconocería pues sería la hija de la anciana que una vez me habría hecho subir a ese colectivo espectral. Bajaría en silencio y me voltearía para verlos partir en ese viaje sin sentido. Prometería esperar cien años para esperar a la joven en su retorno, pero moriría yo mucho antes.

Cien años después pasaría velozmente y sin detenerse un colectivo rosa por esa garita, con una pasajera que jamás volvería a bajar”

 

 

 

 

 

 

Idea de un cuento para que lo haga otra persona

Ingresando al cuarto veo a alguien idéntico a mí morir en la cama y al despertar del sueño compruebo que me dormí en el sofá. Corro e ingresando al cuarto vuelvo a ver a la persona idéntica a mí morir en la cama. ¿Yo? Al despertar nuevamente me veo tendido en el sofá en el que volví a quedarme dormido y, corriendo al cuarto, vuelvo a ver a mi otro yo morir en la cama. Me despierto exaltado en el sofá y corro hacia el cuarto, pero ya no veo morir a la persona idéntica a mí en la cama sino al que acaba de entrar en la habitación.


Espejo

 

Me contaba que le gustaba cortar las flores del jardín para no sentirse tan sola, que en su cama dormía boca abajo para no mirar el techo, que amanecía el día para burlarse de su desvelo, que el moho de las paredes crecía para alcanzar su cintura, que la humedad nunca la abandonaba y que sólo el piso la abrazaba por las noches. Yo le confesé que las paredes también eran mis amigas, que las puertas de mi casa se cerraban a voluntad y quedaba yo atrapado por horas entre una habitación y otra. Comprendimos que el discurrir era como un lienzo, una oportunidad para dar sentido, y por un breve instante la idea nos emocionó. Ocurrió entonces que la besé y el beso fue frío, rígido. Al alejarme del espejo ella ya se había ido.

 


 

Siete noches I

 

Mi final tuvo lugar en el suelo de la sala de mi casa durante una noche, cuando decidí acallar de una vez por todas el tormento que los últimos días y noches me asolaron.

Noche 1

Prendí la lamparita del escritorio que alumbraba tenuemente el cuaderno, un par de libros y una taza de café inesperadamente frío. Yo, desordenado en el cuarto con mi saco en la espalda, preferí prender una vela que acompañara la luz artificial y que dotaba de increíbles espectros oscuros a las paredes, esas paredes frígidas que me separaban del resto de la noche.

Había resignado la máquina de escribir a cambio de la tinta manual, algo más personal, y me disponía a volcar en las hojas lo que esperaba fuera la obra cumbre de mi penosa carrera de escritor. Carrera, es decir, ese traspaso místico de los deseos personales a una realidad mucho más entumecida, en la que se gana uno la vida sentado en la oficina, haciendo bailar sellos en el aire, archivos pesados y hojas papiro del color del té. A ello me había dispuesto cuando el sonar del teléfono perturbó el silencio.

-Diga.

Pero nadie devolvió respuesta alguna. Vuelto a mis ocupaciones pasé el resto de la velada sobre las hojas.

 

 

Noche 2

La segunda jornada nocturna me encontró absorto entre notas y referencias intertextuales que hablaban de otras literaturas, del género fantástico, de autores que yo había leído con hambre y que ahora se resumían a pequeños papelitos naranjas pinchados en la pared, y yo allí esperando de ellos algo. Y nuevamente la inoportunidad visitándome. El teléfono llamándome desde la habitación continua.

- ¿Diga?

-Buenas noches ¿cuál es su nombre? - la voz era gutural y terca preguntando por mí.

- ¿Disculpe? ¿A quién busca?

Pero sólo recibí silencio. No tenía tiempo para entretenerme en misterios triviales, me esperaba una magna obra en las hojas en blanco.

Noche 3

No había podido dormir en toda la noche, el café me adulteraba y las hojas seguían blancas, inmaculadas, poseedoras de una virginidad desafiante. Y yo allí, parado entre la misma lámpara y una nueva vela, entre el mismo saco y nuevas notas adheridas a la pared, las mismas paredes eternas y frías que parecían irradiar un suave e imperceptible sonido en el silencio. Así era hasta el momento ya molesto en que el teléfono chillaba de modo casi rutinario. Sonaba dos, tres veces durante el día cada día.

-Diga.

-Sé de tu magna obra y sé que aún no la has comenzado- la misma voz gutural, de carraspera, ahora perplejo me dejaba con semejante afirmación.

-Por favor, ¿quién habla? - y nuevamente me encontré solo en una conversación que carecía de receptor.

Mas en esta ocasión no logré retornar al trabajo fácilmente. Mi trabajo, de eso se trataba. ¿Quién pudiera saber algo siquiera sobre éste, mi aún no encentado libro? ¿quién perturbaba mi soledad?

Noche 4

Cuarta noche, noche en la que me presionaba las sienes sentado en el escritorio. Yo desvelado, carroña del insomnio, con las hojas cada vez más puras, beatas, de blanco marfil y el cuarto, el saco empolvado, la noche que seguía helando, y el silencio, mi único compañero y consuelo. La vela que daba vida a los fantasmas amorfos que se plasmaban en las paredes, las paredes cada vez más pesadas ¿Se está hundiendo el suelo a mis pies? Yo, como fuera, yo allí esperando la hora temible en que el teléfono despertara del letargo. Y así fue, fiel a mi temor.

-Diga su nombre por favor

-El café seguirá helando hasta que desaparezcas- voz temible, impetuosa, roída, ahora cargada de una amenaza inesperada y ridícula.

- ¡Quién mierda habla?  - pero mi iracunda respuesta se encontró en el limbo silencioso nuevamente, y yo, yo allí de pie con el teléfono en el oído y nada más.

 

Noche 5

Mi rostro demacrado, de líneas acentuadas por el cansancio, ya no distinguía sueño de vigilia la quinta noche en que no pude dormir. El día pasaba acelerado, o acaso la noche había ocupado su lugar. Afuera nunca más amaneció. Y una vez más el escritorio mohoso, las hojas impecables como la nieve y yo, yo allí sentado en una silla dura que dolía en mi columna, vomité. Impulsivamente derramé sobre las hojas y el escritorio todo el café que había sorbido, al sentirlo gélido en mis labios y en mi lengua. No intenté limpiar el accidente y me dirigí a la cocina, a encender la cafetera. Observé hervir el café durante minutos y no tardé en llevarme a la boca una taza nueva y cargada que, al encontrarse con mis labios apagados los enfrió aún más. Sentía palpitar mi cuello y al tiempo transcurrir lentamente mientras intentaba conciliar la imagen de la cafetera ardiente y el café helado que acababa de sorber. Prontamente recordé la llamada anterior y su ridícula amenaza. Y el café helaba contra toda razón. El teléfono me despabiló. Corrí hacia él y más que amenazante lo que proferí fue una especie de súplica.

- ¿Quién es? ¿Es usted verdad?

-Las puertas son fáciles de derribar- y eso fue todo. Ya conocedor del silencio que continuaba, no me molesté en responder. Las puertas. ¿Mis puertas?  Sólo dos tenía en la casa, y ambas de pino añejado. Era cierto aquello, sea quien sea, y sea lo que sea que significara su amenaza mis puertas eran vulnerables.

Noche 6

La casa olía a encierro y a café recalentado. La única luz era la de mis velas acompañadas por la lámpara de escritorio. La ventilación se empastaba pues no volví a abrir las ventanas. Reforcé las puertas con tablas clavadas azarosamente en un descuidado arrebato de inseguridad. El silencio se tornó pesado, con una textura de partículas que flotaban en el éter. Ya no atravesaba el umbral de mi cuarto más de una vez al día para atender mis necesidades. Mi rutina sólo consistía en beber el café congelado y estar sentado en mi escritorio esperando no sabía qué cosa o sí lo sabía, pero temía pensar en ella. De alguna manera ver las hojas teñidas por el tinte café me devolvía algo de calma, algo de tranquilidad. Mis venas resaltaban groseramente de mi cuerpo ya raquítico, los labios partidos y el pelo canoso, la piel curtida. Y de pronto el teléfono sonando desde la habitación de al lado y yo, yo allí luchando contra el impulso de levantarme y oír su voz, que ya era cruel y desesperante. Intenté dejarlo sonar y controlé el tiempo a reloj para comprobar que yo estaba cuerdo cuando pasó media hora y el aparato infernal no cesaba.

-Soy yo- vociferé.

-La obra magna- la voz era vehemente con tintes humeantes. Acaso un sonido nunca antes oído. La obra magna, ya la había olvidado. Y no volví a reparar en la sentencia hasta bien entrada la madrugada, cuando regresé al escritorio y vi pasmado cómo las hojas habían recobrado el blanco divino que el café les había arrebatado. No las toqué ni moví siquiera y mi dolorosa reacción fue sentarme en la esquina más oscura de mi habitación donde ni las sombras regadas por la vela podían distinguirse. Las paredes se habían movido un par de centímetros y el silencio era ahora una carga muy palpable en mi espalda.

 

 

Noche 7

¿Cuándo la barba canosa se había alargado tanto? La nariz huesuda sobresalía de los pómulos y los párpados flácidos dolían en mi mirada. Luego de horas observando la unión de las paredes noté que lentamente avanzaban sobre mí. Me arrastré hacia la sala principal y no pude comprender cuando vi la luz del día que hacía tanto no contemplaba. La luz penetraba con brío por ambas puertas abiertas y las tablas yacían rotas y los clavos doblados en el suelo. ¿Habrían entrado durante la noche? Venían por mí, o por la obra magna. Volví a clausurar las puertas con maderas, hierros, muebles y todo objeto voluminoso que perturbara el paso al exterior. Y yo, yo allí, solo con un gran vacío en la sala, sin ruidos ni silencios, sino una vibración materializada que antes debió ser el aire.

El llamado otra vez, y otra vez la voz de tenor.

-Las velas- las velas y nada más. ¿Se había vuelto todo esto un juego? Acaso un acertijo cruel que noche tras noche me precipitaba y sumía en un martirio. <<Las velas son todo lo que tengo>> pensé entonces. Las recogí todas y terminé el cautiverio abrazado a ellas, postrado en la esquina de mi cuarto más áspero que nunca, con la presencia amenazadora de las hojas en blanco sobre el escritorio, que centelleaban, resplandecían en la penumbra como queriendo recordarme el fracaso literario. Y en medio del calvario silencioso nuevamente el teléfono, el teléfono calamitoso, inevitable.

-Diga

-Buenas noches, disculpe la hora, pero quisimos contactar con usted durante días sin éxito. Simplemente necesitábamos avisarle que, debido a las intolerables inasistencias sin justificar, se encuentra usted despedido de la oficina…

¿Qué engaño macabro era este? ¿Desde cuándo faltaba yo a la oficina? No logré recordarlo. Acaso una tortuosa broma final, un anuncio del último soplo del tiempo, recordarme así que aún estaba conectado de alguna manera con la realidad. Dejé caer el teléfono sin proferir respuesta alguna y me tiré al suelo. Allí prendí la última vela que tenía en mi haber, prendí la vela sin prenderla, ya que la misma parecía inmune a la llama del fósforo. Luego de intentarlo hasta ampollarme los dedos pude sentir en la penumbra a la vela inmutable y recordé así la última sentencia. Las velas, pensé. Entendí así que ya no volvería a ver la luz, sólo aquel asqueroso y malparido resplandor de las hojas en blanco sobre el escritorio, que intentaba escapar de la habitación y buscarme. Y comencé a gritar e inferir las maldades más grotescas y las venas de mi cuerpo resaltaron aún más y mis ojos se agrandaron con sus pupilas tan negras, tan oscuras como aquella misma oscuridad en la que yo erraba. Y en el arrebato arranqué el teléfono de la pared y éste comenzó a sonar aún desconectado del cable y el sonido martillador sangró mis oídos, y corrí a la habitación a la que no logré acceder pues las paredes lo habían abarcado todo y en la entrada sólo se encontraban el suelo las hojas resplandecientes, las únicas sobrevivientes de aquel temblor. Hui a la cocina atormentado por el sonido del teléfono ahora acompasado de una cafetera que silbaba hirviendo como anunciando el averno, una pared que golpeaba demoledoramente cada vez más cerca de mí, rodeado de nada, de tanta soledad y tanta tortura, tanta mugre y condensado encierro, me redujeron al suelo, me colmaron y mis gritos se desvanecieron repentinamente en el momento en que, finalmente, yo desaparecí.

El silencio retornó suavemente, el hervor del café cesó, las paredes se deslizaron hasta su origen y las puertas se abrieron despacio, desprendiéndose de las trabas, impulsadas por la brisa dulce de un nuevo día, y un hilo de luz solar entró por el filo de las ventanas y afuera las tacuaritas y adentro el aire purificado. La casa se reconstruyó tras mi desaparición.

Desaparecí una noche y al alba siguiente todo siguió su curso con naturalidad, de eso doy fe.


Jerónimo

No detectó los síntomas del mal hasta una tarde en la que un cosquilleo juguetón en el pecho lo sobresaltó. La sorpresa devino en preocupación cuando el cosquilleo reapareció en la noche. Fue hacia el baño donde, luego de una sensación rasposa y de ahogo lo hizo toser secamente un pequeño objeto que cayó en el lavamanos. Al observarlo, reconoció una pequeña vaquita de San Antonio, cuyo cuerpecito seco, congelado por un frío que no pertenece a nuestro mundo se deslizó tiernamente por el desagüe ¿Era cierto aquello? El insecto se habría precipitado por los labios de Jerónimo durante el sueño. Volvió al cuarto y se acongojó frente a la ventana para contemplar la noche. Se acostó, pero no consiguió dormir tranquilo.

El día lo encontró desparramado en la cama, con restos de vaquitas de San Antonio esparcidas por la almohada. Ventiló y limpió el cuarto con la esperanza de que la peste no volviera.

Tan sólo unos días después el cosquilleo regresó y con él la calma desapareció. Nuevamente era de noche y, con una picazón en el pecho y el cuello corrió hacia el baño, aunque antes de llegar tosió con fuerza y expulso tres pequeñas vaquitas.

Los médicos no solucionaron el malestar, pues nada evidenciaba la anomalía en su interior. Sólo relacionaron los hechos con problemas del sueño y lo medicaron. Esa misma noche, Jerónimo se despertó desesperado por un cosquilleo que ahora abarcaba también la panza y, producto de los hipnóticos para dormir, no pudo moverse. Padeció conscientemente cómo de su ombligo salió una pequeña vaquita. Luego otra y al final el tormento lo desmayó.

Decidido a terminar con esta situación, decidió colocar venenos en las sábanas, cerrar las ventanas y no comer ni beber agua. Aun así, el escozor lo abrumaba y se levantaba de la cama para toser cada vez más vaquitas de San Antonio, descubriendo con pesar cada mañana los bellos y delicados cadáveres de las mismas, rojas, naranjas, ocres, esparcidas por las sabanas, en su ropa, en su alfombra.

La última noche, sin siquiera dormir, Jerónimo intentó ahorcarse con las manos, para detener el cosquilleo imparable que subía desde el pecho hasta la boca. Sin dudarlo tomó veneno, pero antes de poder tragarlo una hinchazón de pecho lo paralizó. El esternón comenzó a dolerle, cada vez más vaquitas, apretadas, moviéndose por salir de él, lastimaron su garganta. Una enorme cantidad comenzó a caerle por la boca, vaquitas de San Antonio que estaban aún vivas y volaban rodeándolo, girando y colmando la habitación, en la cama, las cortinas y el techo, morían repentinamente y caían formando un colchón colorido. Jerónimo no pudo contener con sus brazos ni con los manotazos aquél espectáculo de color otoñal que acontecía en su cuarto. Las vaquitas lo poseían todo, danzaban alrededor de la luz y chocaban contra la ventana, produciendo un ruido seco. Jerónimo se desvaneció en el suelo vencido por la potencia de las vaquitas.


 

Nogal

 

Resguardo en una pequeña caja de cartón todas mis miserias. Las protejo cuidadosamente creyendo que así no volverán a molestarme. Entierro la cajita como me enseñó mi madre y sobre él planto un pequeño nogal. Así la pachamama lo recibirá y hará con él un fruto nuevo, un hijo de la luz lunar que endulce mi sendero.

El nogal aventura sus raíces sobre mi cajita y comienzo a notar que crece. De a poco crecen sus hojas, de colores increíbles y textura aterciopelada. El árbol se agranda con rapidez y embriaga con una fertilidad nunca vista. Con paciencia espero los primeros frutos. Éstos llegan pronto, voluptuosos y prometedores, no tardan en madurar. Al caer el primero todo es abundancia, todo es posibilidad. Pero al probar la primera nuez, la escupo rápidamente y sin poder contenerme vomito del asco. Así descubro que mis miserias se han multiplicado en cada una de las nueces, que crecen de a cientas, que caen alrededor del nogal, consumiéndolo, volviéndolo gris. Al tocar el suelo dan vida a una nueva planta que pronto seguirá reproduciendo mis miserias. Amargan la tierra, huelen a podredumbre.

En un arrebato intento cortar el nogal con una sierra. Lo hago con fuerza y decisión. Lo trozo de lado a lado para que caiga muerto. No me fue difícil, pues la corteza estaba roída y blanda. Del tronco cortado brota una savia color rojiza, sanguínea. Descubro entonces que me he cortado el abdomen, creyéndome el árbol. Ahora cuento los minutos que me queden antes de morir desangrado, tirado en el suelo, observando nogales crecer.


Semioxia I

 

Siempre se destacó por ser una persona terca. La terquedad lo había llevado a un sitio de difícil resolución. No pasaron muchos días desde la última discusión que tuvimos cuando empezamos a notar en él un comportamiento extraño. Parecía no comprender lo que le decíamos, es decir, no se trataba ya de una cuestión de terquedad sino de un impedimento que iba más allá de su voluntad y de su inconsciencia. Claro que al preocuparnos decidimos acudir al médico.

-Parece ser que lo que lo agobia es una condición raramente estudiada llamada semioxia. La condición no es preexistente sino que la determina un factor externo- sentenció el médico

Resulta ser que la semioxia le impedía comprender signos, al menos como los entendemos desde Saussure. Si tenemos en cuenta la distinción del binomio entre significado y significante será sencillo explicar la enfermedad. La patología no le permite asimilar los significantes sino sólo los significados. Esto impedía la comunicación. Claro está que encontró otras maneras de hacerse entender, pero fueron actos impulsivos para satisfacer sus necesidades primarias. La enfermedad no tiene cura y para peor aún no sabemos ni sabe la ciencia cómo tratarla ni prevenir el contagio. Por ello es que decidimos mantenerlo aislado del mundo. La semioxia lo había vuelto un animal pre humano y pronto se nos planteó el dilema de cómo debía ser tratado, es decir, ¿merecía el mismo trato ético que el de cualquier ser humano? Estábamos frente a una criatura que había perdido el rastro de humanidad pues consideramos que la facultad del lenguaje es de las principales cosas que nos definen como humanos. De ser así podríamos tenerlo como mascota, aunque nunca sabríamos si era consciente de su padecer, aunque supiera de significados.

La situación empeoró cuando al cabo de tres días nuestro compañero comenzó a presentar los mismos síntomas. Parecía escucharnos, nos miraba atentamente pero no respondía. La verdad es que no era capaz de hacerlo. No perdimos el tiempo en llevarlo al médico, sabíamos a qué nos enfrentábamos. Los encerramos juntos para evitar la propagación desmedida, pero de nada sirvió. Uno a uno iban presentando los mismos síntomas, hasta perder la capacidad del lenguaje. Semioxia. El peligro se sentía en el aire, hoy podía tocarle a él, mañana a mí. El sótano estaba abarrotado y me daba un trabajo enorme mantenerlos con vida sin exponerme a la enfermedad.

Cuando me enteré que el médico que lo había atendido se había contagiado decidí dejar a su suerte a todos y alejarme. Me iría hacia un sitio, sobreviviría porque yo soy el narrador de esta historia, lo que me hace inmune a los efectos de la semioxia. Armé el bolso y dispuesto a irme comencé a entender que n oposdia enfshetrk. De orint sm agetis aha. Lso sigtsanges ye un hjentencia.

 

 


Biblioteca de la Universidad Nacional del Litoral

Me han contado que lo que mis ojos ven no alcanza para entender la vastedad del mundo. Siempre lo reflexione. Estudiando bibliotecología y haciendo una pasantía en la biblioteca de la Universidad Nacional del Litoral, me tope con un libro añejo en la sección de geografía e historia santafesina. Estoy acostumbrado a ver libros en esas condiciones, y me gusta coleccionarlos. Pero este tenía la particularidad de que su tapa, contratapa y lomo estaban hechos de una especie de piedra fina revestida de papel gastado. Una especie de material pétreo semiflexible que contenía no menos de cien páginas y un par de papiros con lo que a simple vista parecían ser mapas. Fiel a mi curiosidad impulsiva y a una especie de cleptomanía, guarde el libro en mí bolso y, cuando tuve la oportunidad, me lo llevé de la biblioteca.

Una vez en casa lo dejé sobre la mesa. Preparé un café y me dispuse a leerlo. Tan solo abrir la tapa fue suficiente para engancharme de modo irreversible con él. No tenía título y su primera hoja rezaba <<lasciate ogni speranza voi ch'entrate>> Las páginas que seguían me hablaban de un mundo alternativo, una Santa Fe paralela que alguna vez supo existir. Describía el puente colgante, las calles principales, las plazas. Pero también, cómo cruzando el puente en los solsticios y equinoccios se accedía a ella. Una vez dentro no se podría salir hasta el siguiente evento lunar. Este mundo se explicaba como un sitio atemporal y de lógicas completamente distintas a las nuestras. Las edificaciones eran otras, increíblemente improbables, de dimensiones ridículas y espacios ineficientes. Las personas que lo habitaban eran, según el libro, seres no corpóreos. La energía que los movía no era eléctrica, sino una especie de plasma que no puedo describir, pues no podemos describir lo que no conocemos. Me perdí en los papiros, y en cómo mostraban las mismas arterias de la ciudad funcionando de una manera distinta, llevando a ningún sitio, direccionadas horizontalmente pero también en niveles verticales, cómo si se tratara de un hormiguero subterráneo. El transporte que contaba el libro se presentaba fantástico, fuera de toda comprensión.

Absorto en la lectura, escucho sonar la alarma del celular y solo entonces levanto la mirada del libro para ver mi casa, que ahora estaba sucia, vieja y arruinada. Las paredes estaban descascaradas por lo que aparentaban haber sido sometidas a una humedad implacable. Los muebles hinchados decían lo mismo. Me levanté lentamente y, de refilón, me observé en el espejo. Mí rostro era el de un anciano. Recordé la advertencia del libro e intente entender que estaba sucediendo, qué tiempo estaba viviendo, pero antes de lograrlo una brisa entró por la ventana como anunciando un final y morí.

Parálisis del sueño

 

Recostado en la cama y dando vueltas sin poder dormir pienso. Siempre tuve un impulso que no puede ser puesto en palabras, ya que el habla es siempre consecutivo y lineal. Tal como lo ha planteado Jorge, de qué manera puedo explicar lo que acontece muchas veces al mismo tiempo en lugar y espacio con un sistema y un lenguaje que me obligan a ordenarme en pasado-presente-futuro. Pienso estas cosas porque no puedo levantarme de la cama. Algo enormemente pesado me empuja como si se tratara de la succión producida por un cuerpo extremadamente denso, algo asi como un agujero negro que atrae todo hacia si. La parálisis del sueño es recurrente y he aprendido a controlarla. O, al menos, a sobrellevarla lo mejor posible. Resulta ser excepcional que esta noche los pensamientos se interrumpan por algo que intentaré contar sin tintes ni sesgos. Despierto en mente pero inmovil en cuerpo, en la oscuridad de la habitación, comienzo a percibir una luz que devela los objetos que me rodean, los muebles, la ropa. Contemplo, como si de una pintura barroca se tratara, una escena casi teatral. La luz es púrpura y al ocupar mi campo visual se ha vuelto en otra cosa. Una especie de membrana púrpura que prometía cierta viscosidad. Una sustancia plasma, eso era.

Para mi sorpresa, logro mover los dedos, luego los brazos y finalmente el cuerpo completo en la cama. La membrana seguía delante de mí y sin pensarlo demasiado extendí el brazo para tocarla con la punta del dedo índice. Al hacerlo sentí un placer pocas veces experimentado. No creo que la heroína se acerque al éxtasis que me produjo el contacto con la membrana. Pero además, ésta me sostuvo y yo no intente retirar el brazo, así que me sumergí en ella con total confianza.

Al atravesar me encontré en un espacio oscuro pero superfluo, liviano, sin gravedad, seguido de otra membrana, algo más traslúcida. Entre ellas me esperaba un sujeto a quien percibí de inmediato como un reflejo. Pero no se trataba de un espejo, la persona frente a mí era idéntica, un gemelo acaso, quien me invitó en un gesto cálido y amable a desnudarme, si es que quería atravesar la segunda membrana. Lo hice y tomándome de la mano me acompañó despacio a atravesarla. Al hacerlo la sensación fue distinta. Cada parte de mi cuerpo comenzó a adquirir una identidad propia que nunca había sentido. Todo en mi vibró molecularmente, cada átomo, cada parte se transformó en energía. Pronto perdí mi morfología y al encontrarme del otro lado, finalmente, yo no era más un ego, una <<yoicidad>> sino una sutil energía, un aroma, una brisa. Más aún, una continuidad, no había individuo, había comunion. Habiéndome acomodado a esta nueva condición del ser, pude contemplar la escena más alucinante de mi vida. Me encontraba (con el perdón del uso de la primera persona del singular, pues ya no era individuo) en un mundo nuevo. Era de noche, y pude reconocer lo que en algún momento fue para mi Santa Fe, pero ahora transformada.

Intentaré ser breve pero fielmente descriptivo. La ciudad no se asentaba en un llano, en esta situación el litoral se encontraba rodeado de montañas. Era de noche, una noche silenciosa y calma. No existía la noción del frío o el calor, se vibraba con el continuum: las montañas, las casas, las calles, todas ellas eran energía adoptando formas no divisibles. La mente humana no entiende de comuniones a gran escala, y lo que sucedía acá era esto y más. Las casas se ordenaban en manzanas circulares, entre las que corrían callecitas pequeñas que daban a las calles principales. La escala de las construcciones era extraña, algo pequeña para el ser humano. Las montañas destacaban en inmensidad frente a la pequeña mancha urbana, dándole cobijo. Las luces no eran otra cosa que energía condensada para iluminar puntos específicos. Las casas poseían iluminación en su estructura, en los vértices, en los techos, en las puertas y ventanas. La luz que emitían era la de luciérnagas en una noche de verano. Más dulces que el neón, pero vibrantes. Las calles estaban iluminadas de la misma manera. Las montañas se confundian con el cielo estrellado, pues en ellas se veían manchas luminosas a la distancia.

Luego de contemplar el espectáculo observé la calle en la que me encontraba. Frente a mí unas energías condensadas poseedoras de consciencia me esperaban amorosamente. No me hizo falta un espejo para saber que mi estado era el mismo, una consciencia en energía más o menos condensada durante un lapso de tiempo. Y entre nosotros hubo comunicación. No hubo palabras, no hubo gestos, no hicieron falta porque la información que circulaba por uno de ellos nos atravesaba a todos. Me invitaban a recorrer la ciudad, a caminar sus calles e ir al <<núcleo>> como lo llamaron. Continuamos por las calles hacia una plaza. En ella los árboles emitían una luz propia, una bioluminiscencia que afirmó la noción de unicidad. Reconocí por mis memorias pasadas que esta plaza era y no era (o mejor dicho, también) la querida plaza Pueyrredón de la ciudad que yo reconocía como Santa Fe. En el centro, rodeado por un río de agua en estado de plasma, se encontraba un ingreso hacia un espacio subterráneo, tan iluminado que parecía el día bajo la tierra. Me invitaron a entrar y muy despacio descendí hacia la escalera que conducía a ese otro mundo dentro de este otro mundo. Allí, en un enorme espacio completamente blanco, se distinguían dos túneles que debían corresponder a un tren subterráneo. Esperé, sin saber bien porqué ni qué, un nuevo destino.

De pronto me desperté.

 


 

Mundo desmedido

 

Muchas noches intenté en vano ingresar por medio del sueño a un mundo ridículamente imposible, un espacio que alguna vez soñé. Fue durante una noche paralizada en el tiempo cuando experimenté lo que considero fue la experiencia más grata de mi vida. Conocí estando medio despierto medio dormido un mundo que no se rige por nuestras leyes naturales. Escribo en esta carta a la humanidad toda, aquel viaje increíble, con la esperanza de que en algún lugar alguien entienda estas palabras, alguien haya vivenciado lo que yo viví.

Una noche dolorosa tuve un sueño en el que ingresaba, por medio de una especie de membrana o tejido a un sitio sin tiempo, donde la ciudad era la misma, siendo otra. Allí tuve la oportunidad de conocer la unicidad, la verdadera unión que compartimos todos los entes. Este sitio, era una copia de mi ciudad, pero, sin embargo, presentaba unas diferencias abismales. El litoral no era llano en absoluto, sino que la ciudad y sus alrededores se encontraban cobijados por montañas inmensas, que en la noche se confundían con un cielo estrellado pues de ellas titilaban luces calidas y amarillentas, lejanas. Las casas se organizaban circularmente y todo poseía bioluminiscencia. Nosotros no éramos, mejor dicho, no somos individuos en absoluto. Lo que descubrí es que somos un continuum unidos por una energía que resulta, en este momento, imperceptible para todos. Mi sueño continúa hasta un instante en el que soy conducido a una especie de estación subterranea muy iluminada, hasta que me sorprendió el día y desperté.

Nunca había contado esta historia y no puedo irme sin hacerte saber a vos, lector, que este mundo existe, que la unidad es certera y que si algún día vives esta experiencia, no estás sola ni solo, también la he vivido.

He decidido volver a visitar este espacio antes de morir, volver hacia aquella estación subterránea y ver que depara el final de su recorrido.

Luego de años de ejercitarme en una intensa meditación, estoy listo. Es hoy. Esta misma noche volveré a atravesar las membranas.

Siendo las doce de la noche me dispongo a dormir, y me relajo inhalando y exhalando lentamente, haciéndome consciente de mi respiración, hasta casi conciliar el sueño. Es entonces que en un esfuerzo por dejar de percibir mi cuerpo físico (lo he intentado un largo tiempo) abro los ojos sin abrirlos, y contento encuentro sobre mí una membrana de color púrpura, un tejido que esperé durante años, para volver a ingresar en él.

Primero con la mano y luego con el cuerpo entero, despacio, atravieso esta membrana y me hallo en medio de un sitio vacío, oscuro, que da hacia otra membrana. Supe alguna vez ver en ella mi reflejo, o eso creí. La atravieso y, por fin, vuelvo a estar en este mundo, al que no le hice justicia. Mi descripción es una burla ante la verdadera escena. El impacto me dejó sin aliento sólo un momento, y luego me observé. Ya no era yo un individuo, sino energía en movimiento, condensandose y dispersandose continuamente, en unión con todo lo que me rodeaba. Este mundo se me ofrecía como un paraíso. No habitaba en mí el deseo que alguna vez tuve por volver allí. Dentro de este espacio no hay deseo, ni sufrimiento. Hay memoria, información. Fui acompañado por habitantes del lugar que, como yo, como todo, eran energía consciente. Caminando, sin prisa, volví a encontrarme con una plaza llena de árboles, con un río flotante que giraba y fluía alrededor de una entrada. La entrada al subterráneo en el que alguna vez supe estar. Una vez dentro, abrazado por la luz, tanta luz, esperé al fin el tren que debía pasar por aquella estación. Para mi sorpresa, lo que arribó no fue un tren, sino un cilindro extenso e iluminado, del cual no se distinguía principio o final. Una especie de tren bala futurista, sin puertas ni ventanas, sólo blanco. Me acerqué e ingresé atravesando la membrana, que parecía una piel muy fina y sedosa. Una vez dentro, descubrí que se podía ver el exterior. Cuando inició el viaje entró por un túnel largo e iluminado de manera lineal en todo su recorrido, a gran velocidad. Me atrevo a decir que la velocidad, era la de la luz. Y en los intervalos entre túneles y paradas pude observar estaciones luminosas, algunas cargadas de verde, árboles, ríos de agua en estado de plasma, todo ello, todas esas maravillas debajo de la tierra.

En la última parada, descendí del mismo modo en el que entré, y al salir de la estación me encontré en una especie de centro, de núcleo de ciudad, de una inmensa monumentalidad, de formas inexplicables, de colores increíbles. La salida de la estación era un domo de vidrio iluminado. Por fuera seguía siendo de noche y pude notar lo distante que me encontraba ahora de las montañas, que se veían como un fondo difuso. En la puerta de salida del domo me esperaba.

-Bienvenido.

-No sabes cuánto tiempo te he esperado- contesté.

-Eso que ustedes llaman tiempo, no es algo mensurable aquí. Sólo sabemos el <<estar>>

-Por favor guiame- en este pedido no hubo ansiedad, sino amor.

-Estás en el núcleo. El centro. Has llegado por fin y lo que está por delante son los Grandes Edificios. No puedo acompañarte, pues el camino debes hacerlo solo, pero te contaré con gusto de qué se trata.

Mientras me explicaba lo que acontecía frente mis ojos, no nos comunicabamos por medio de la palabra, sino de la consciencia. No poseíamos forma, sino dinamismo. Frente a mí abundaban hermosos edificios, de variadas formas, iluminados. Parecían respirar. Uno era un enorme cuadrado, un volumen puro, limpio y sereno. Un cubo gigante sin puertas. Junto a él una pirámide, aún más grande. Hacia mi izquierda una serie de elementos que no distinguí como edificios sino como monumentos. Detrás de mí el domo de vidrio, hacia mi derecha unas torres. Una enorme, perfectamente cilíndrica culminaba en una estatua de una mujer, todo ello iluminado. Luego, lo que más captó mi atención, un edificio de forma helicoidal, como si del ADN se tratara, tan alto que no creí distinguir su cima.

-El Cubo, es un espacio dedicado a la memoria. En él hallarás las respuestas que busques en torno a tu identidad. La pirámide es la sede de nuestra espiritualidad. Allí te encontrarás a tí mismo, si es lo que buscas. El Cilindro es nuestro espacio para la Historia. En él encontrarás información sobre este mundo, sobre el tuyo, sobre tantos otros. Finalmente, en el ADN se encuentra nuestra Biblioteca. En ella descansa y vive la Información. El ADN se dedica a resguardarlo, recibirlo, clasificarlo, y disponerlo a nuestras búsquedas. Allí encontrarás más que una respuesta. Las hallarás todas. Sé prudente en tu recorrido.

Luego de alejarse tomé la decisión.

Voz narrativa:

El cubo (primera historia)

La pirámide (segunda historia)

El Cilindro (tercera historia)

ADN (cuarta historia)


 

El Cubo

Tomé la decisión. ingresaría al Cubo y me encontraría con la Memoria.

Al acercarme, atravieso su piel, su pared sedosa, y una vez dentro me encuentro con un enorme salón vacío, en cuyo centro se empotraba una vitrina, y sobre ella un libro. Me acerco para leerlo. La tapa reza <<Memoria para quien necesite recordar>>

Abro el libro, y descubro que la primera hoja está en blanco. Luego la segunda. Lo observo de costado y constato que las hojas están escritas, sólo que lo que en ellas había se iba borrando a medida que yo las abría. Hasta que en una las palabras no desaparecieron. Fue entonces que pude leer. Leí que estaba dormido, soñando, que al despertar olvidaría todo lo que acababa de sucederme, que sólo recordaría esto como el sueño que es, que intentaría volver a entrar y volvería a encontrarme con la plaza, el tren blanco subterráneo, que volvería a decidir por el Cubo, y que todo volvería a repetirse. Luego desperté.

La Pirámide

Tomé la decisión de ir hacia la Pirámide. Allí me reencontraría con mi espíritu. Con mi alma, mi ser. Al llegar a ella, observo que no posee puertas y que la entrada se encuentra en la cima, que es dorada y brilla como una estrella, casi encegueciendo. Subo sutilmente, pues no poseo peso alguno, aunque noto cierta resistencia en el camino. Ésta incrementa a medida que llego hacia la cúspide, Intento luchar contra ella, pero la fuerza es poderosa. Me recuerda a la gravedad producida por un peso de altísima densidad y peso. MIentras lucho por acercarme, mi movimiento se desacelera, mi energía se densifica y empiezo a perder partes que caen rodando y, ya cerca del suelo, se desintegran nuevamente sin densidad, sin cuerpo, sólo energía fluyendo. Continúo hasta distinguir en mí cierta forma. Primero unas manos, luego unos brazos y con ellos debo arrastrarme para no caer de la Pirámide. Estoy tan cerca que se materializa el resto de mi cuerpo, aferrado a la superficie pulida, miro la cima pero la luz es tan intensa que quema mis ojos. A ciegas, me aproximo e intento tocar el vértice con la mano, pero una especie de imán me halaba hacia abajo. Mi dedo índice, frágil y flácido estuvo a punto de tocar la cima. Como el dedo del Adán de Miguel Angel, al centímetro de distancia y ya sin fuerzas, caigo rendido sin conseguir mi objetivo. Despierto entonces recordando un hermoso sueño, sobre un mundo que existe sobre nuestro mundo, al que volvería a entrar.

El Cilindro

Tomé la decisión de dirigirme al Cilindro. Allí descubriría la Historia de las historias. Aprendería acerca de quienes me precedieron, de quienes vendran después de mí.

Me acerco a la enorme torre, coronada por una estatua, la de una mujer. Ella sostenía en una mano un libro y con la otra apuntaba el dedo índice hacia su pecho. Con su permiso, atravesé la piel del edificio, y descubrí que el volumen no era hueco. El edificio era realmente un cilindro que sólo poseía un espacio libre en la planta baja donde me encontraba. Allí dentro, en ese reducido espacio, no había nada. O eso pensé.

-Si lo que buscas es la Historia, debes irte, aquí no encontrarás respuestas.

Comprendí que la voz en mi consciencia provenía de la estatua mujer que estaba en la cima de la torre.

-Humildemente, solo deseo saber el destino de quienes me precedieron, de quienes construyeron este mundo, y el de los que vendrán después.

-No hay explicación para esas premisas. Lo que puedo ofrecerte, es tu historia.

-Contame entonces mi historia, por favor.

-Tu historia, es la historia de toda la energía que existe, que alguna vez existió o existirá.

-Entonces no hay historia, sólo transformación.

-Por supuesto que hay historia, pero no accederás a ella hasta entenderlo. Lo que te precede, lo que eres, lo que serás y dejarás de ser, es energía transformándose.

-Comprendo.

-Si es así, el momento de despertar ha llegado. porque acá no encontrarás más respuestas.

- Las hallaré cuando me despierte y deje de ser energía dispersa, para volver a ser cuerpo.

-Las hallará cuando tengas que hallarlas.

Entonces desperté, recordando un hermoso sueño, donde me encontraba yo con un mundo maravilloso, lleno de luz, al que regresaría por respuestas.

ADN

Tomé la decisión de dirigirme hacia la torre de ADN. Allí encontraría las respuestas para la unidad. El porqué de este continuum.

Me dirigí hacia él y aún a su lado no pude distinguir la cima. Ingresé por su piel, y dentro descubrí la Gran Biblioteca. Todo giraba en torno a ella y era tan extensa hacia arriba como hacia abajo, Una plataforma giratoria ascendía y descendía continuamente, llevando y trayendo libros. Por fin había llegado. Allí estaba todo. Allí residía en algún sitio el principio, pero también el fin. En la Biblioteca se encontraba la memoria, la espiritualidad, la historia, la información toda. Lo abarcaba todo, todos los saberes, todos los conocimientos, todo estaba allí, codificado en libros. La idea me mareó, y comencé a pensar que allí debía residir también un libro que contenga la información, la respuesta precisa al porqué de todo esto. Dispuesto a encontrar mi respuesta, subí a la plataforma, y sin necesidad de comunicarle qué buscaba, ésta comenzó a girar lentamente, luego más rápido y empezó ascender, como sabiendo dónde ir, dónde se hallaba el libro que yo buscaba. Subió a la velocidad de la luz y en el recorrido pude observar tantos anaqueles, tantos pisos, tanta información. Cuando por fin comenzó a detenerse, nada se veía por fuera, sólo oscuridad. De un anaquel, un libro comenzó a levitar hacia mí. Lo tomé y leí su portada

<< Respuesta número 356x10^1000>>

Al abrirlo, la primera hoja advertía que al conocer la respuesta el camino habría acabado, y que ese sería el precio a pagar. Finalmente, continué hasta una hoja dorada. En ella, leí la respuesta. Luego el edificio se desmoronó, y yo desperté, recordando un bello sueño, sobre un  mundo alterno, lleno de luz, una Santa Fe paralela.

Subterráneo II

 

Me enfrenté a la idea de aceptar mi destino durante treinta y cinco largos años, pues es injusto y cruel. El suplicio que debí pagar por un acto que no cometí me llevó a este estado de demencia. Mi voz nunca se escuchó, el prejuicio ganó, y ahora enfrento la pena de muerte por esta muchedumbre nefasta y negligente. Treinta y cinco largos años estuve encerrado esperando esta muerte indigna. La justicia no funciona y el sistema estatal es tan perverso y está tan corrompido que no solucionan la falla del otro poder. Ignorantes, idiotas, me convertirán en un mártir algún día. La falta de ética se evidencia en la falta de juicio, en la condena por el abucheo, por la falta de visión a futuro. Yo no ejercí ningún mal, mis investigaciones siempre fueron de índole científico social. Condenan a muerte no sólo a un inocente. También a un científico. Claro que para el experimento científico en sociología se necesitan sujetos.

-Por los cargos que se le imputan, privación ilegítima de la libertad, tortura, violación con acceso carnal y homicidio culposo en primer grado, por la desaparición forzosa y posterioir asesinato de nuestro querido Salvador, se lo condena a la pena capital, la pena de muerte por inyección letal.

Luego de escuchar las palabras de quien se decía el juez, acabaron con mi vida. Infelices. No sabremos jamás que hubiese ocurrido con mi experimento. Sólo necesitaba mantenerlo encerrado una noche más, es todo, y comprobaría mi teoría del destino social. Solo una noche más. Mi único error fue filmar el encierro del sujeto. Las vejaciones fueron  necesarias. La intoxicación para masturbarlo era necesaria. La herida en el muslo era necesaria.

Intersección II

 

El sujeto es arrestado bajo el cargo de homicidio agravado por el vínculo de más de una persona. Fue noticia en todos los diarios, el loco del machete figuró en primera plana. No hubo noticiero que no lo acaparara. Su diagnóstico fue fobia social y percepción distorsionada de la realidad. Sus crímenes fueron terribles. Será condenado a muerte, por loco. Será justicia.

Siete noches II

Continúa la búsqueda del paradero del Sr. desaparecido el día 14 de noviembre del año 2022. Lo único que se sabe es que se ausentó de su trabajo durante días y que sólo dejó en su casa una máquina de escribir con hojas en blanco.

Semioxia II

Yh osnyw sehciwj sg qje dtdjf, gi tr lkmitr gjnir eftr wjr cintaje semioxia.

Patio II

Descubrió que podía trepar las paredes, ad Infinitum, de modo que, aún estando ciego se dispuso a subir, ladrillo por ladrillo. Cuánto contó el ladrillo número 2020 perdió las fuerzas y cayó al vacío.

Decir II

Pensándolo bien, si no le hubiéramos dicho lo que le dijimos, si no le hubiéramos dado la espalda, si no lo hubiéramos relegado, si lo hubiéramos abrazado, si lo hubiéramos escuchado, si lo hubiéramos acompañado, el decir no se lo habría llevado y Yoni estaría hoy con nosotros.

 


 

INDICE

Subterráneo I

Intersección I

Patio I

Lentes biconvexos

Decir I

Cole

Idea de un cuento para que lo haga otra persona

Espejo

Siete noches I

Jerónimo

Nogal

Semioxia I

Biblioteca de la Universidad Nacional del Litoral

Parálisis del sueño

Mundo desmedido

Subterráneo II

Intersección II

Siete Noches II

Semioxia II

Patio II

Decir II



Por Leonel Collazo