Cien agujas fueron enterradas en el cantero seco, ciento una_gujas se oxidaron esperando en el cajón de la abuela.
Todas apuntaban al mismo punto en el cielo, allí, donde ya no hay mas colores definidos y sólo titila la duda de si realmente hay algo o es la bombacha del infinito la que tiene estampa de estrellas.
Este juego de niños, de siestas y edificios, de plantas rotas y uñas sucias que nunca logró pinchar ni una sola gota de lluvia pero sí las manos de dios tocando lo que no le corresponde.
Allí creció maleza desde antes que la tierra.
Un colchón áspero acaricia por debajo las pequeñas raíces transparentes que nunca vieron el sol. Hoy los niños crecieron y la vecina consiguió que prenda un brote de malvón.
En la plantera aún descansan las agujas, algunas continúan en fila con sus espadas apuntando al cielo como una plegaria de lluvia, de gota, de eternidad que al romper el cuerpo mas perfecto que pudo engendrar este mundo de úteros y huevos y semillas y cantos rodados que caen por la ladera desigual. Toman impulso y llegan aquí abajo como una bala perdida entre tanta carne por romper.
J.C.C.